Un forastero en Pnaklendorf

Ya han pasado casi diez años desde la muerte de mi abuelo, y aunque su casa sigue estando en este lugar, mi familia se ha ido marchando lentamente, dejándome solo y con un miedo constante a que los otros descubran que no pertenezco aquí. Yo oigo los gritos de sus pesadillas, pero ellos no pueden, pues son suyas. Antes de despertar, sin embargo, me gustaría relatar los recientes descubrimientos que hice estando en casa de mi abuelo. 


Recorría con cuidado la avenida comercial, más frecuentada de lo habitual. Noté un incremento en la cantidad de migrantes de etnia tcho-tcho, vestidos con trajes de seda. Y no digo precisamente los mantos monacales que deberían vestir, sino, más bien, Christian Dior o Prada. Fue entonces cuando vi a una chica de cabello negro y ligeros tintes verdosos, cuyos aires me hicieron creer que era una de estas que veneran a la gorgona. Muy amablemente, me pidió algo de dinero; yo no tenía problema en dárselo, pues sabía que esto era un sueño, así que, acompañado por ella, acudí a un cajero próximo. 

Quise saber para qué necesitaba el dinero, a lo que ella respondió: «Estuve leyendo un evangelio que me regaló un emisario de Kadat. Hablaba del Fin de los Tiempos, mencionando a la tercera generación. No creí que fuera real, pero, frente a este supermercado, vi que ahora las prostitutas no son ni hombres ni mujeres, sino una mezcla entre ambos. Me entusiasmé… lo que más quiero es probar de eso».

Aterrado, pero comprendiendo que quizás hablaba de transexuales, le di el dinero y me marché, cubriéndome el rostro con las solapas de mi chaqueta. Pude ver entonces a aquellos trabajadores sexuales nuevos que le harían competencia a las féminas y a los taxi-boy. Y no, no eran transexuales. Eran entidades extrañas, aunque podía ver que había algo de humanidad en ellos, lo cual aterró. Miré la bóveda del útero para comprobar si los fetos devendrían en miembros esta generación una vez que pasasen por los engranajes, pero lo cierto es que era muy difuso todo. Caminé por calles vacías, cubiertas del polvillo de aquellas casas que se derrumbaron con la primera trompeta. Algunos niños aún seguían durmiendo y, pese a que su epitafio estaba cerca, querían vivir. Vivir, pero sin ser molestados por nuestras plegarias insulsas.


        Al llegar a la casa del abuelo, pude ver que seguía igual de vacía como siempre. Pese a ello, pude comprender que alguien había estado en ella, lo podía sentir. Me dirigí a la sala principal, donde solíamos ver televisión, y comprobé que alguien había pegado unas fotografías en la pared. Una de ellas, la que más destacaba, era la de un hombre de indumentaria formal, con una barba imperial castaña y un cabello un tanto chistoso que parecía una calvicie disimulada o un tupé. El hombre posaba frente a lo que parecía ser una pirámide, estoy seguro de que era el Templo de Kꞌuꞌukꞌul Kaan en Yucatán. Me pareció extraño, pues Yucatán pertenece al otro mundo y no a Agartha, incluso podía ver los árboles característicos de los continentes fragmentados de Mu rodear la pirámide de la foto. Al arrancarla de la pared, pude ver, escrita con una caligrafía delicada, la siguiente leyenda: «El Barón Desconocido, R.R. 2025». Después de eso, me abstraje un tanto, sumergiéndome nuevamente en la contemplación de la foto. Había algo en ese hombre que me resultaba familiar. Tomé una hoja, frustrado y triste, para dibujarme a mi mismo, pintándome como si yo fuera él. Antes de poder tan siquiera darme cuenta, me vi farfullando en voz alta. «Estoy condenado, nunca logré nada ni podré, tampoco tengo amigos que puedan lograrlo por mi y vengarme. Estoy atrapado». Fue entonces cuando, como animada por un encantamiento, la ilustración que estaba realizando comenzó a desdibujarse y, de ella, emergieron manchas de café que volvieron la hoja de papel una especie de paño mojado. Las manchas formaban el rostro de la Vida y esta misma me decía: «Yo te vengaré».

Desde entonces, estoy aquí, escuchando como ellos gritan y murmuran que, entre ellos, vive alguien del otro lado. Y saben que ese soy yo. Cuando llegué, me di cuenta de que todos están atrapados, a excepción de los que soñamos; pero ellos tratan de escapar de su condena usandonos a nosotros como vehículo, pues estamos aún ligados a ese mundo que no es Agartha. 

Sea quien sea el que logre encontrar este manuscrito, redactado sobre este sudario manchado, solo puedo decir que, si desea buscarme en sueño, no me encontrará nuevamente. Pero, si la Vida logra vengarme, podrán verme en Chichén Itzá, acompañando a El Barón Desconocido. Mención honorífica quiero hacer a mi abuelo, por dejarme habitar su casa aun después de muerto.