El alimento Meyer

 

 

En los anales oscuros de la historia del sur de Chile, acecha una familia cuyo nombre infunde temor entre los colonos. Los Meyer, envueltos en la bruma de rumores sobre brujería y pactos con el Diablo, han sido objeto de envidia y fascinación. Desde la llegada de Mikhael Meyer, que introdujo el Unaussprechlichen Kulten en estas tierras, la maldición pareció anidar entre los pliegues de un libro arcano.
La fortuna de la familia Meyer se alzaba como un misterio en el horizonte de la codicia ajena, mientras que su origen, algunos osaban murmurar, tenía la estirpe de lo inescrutable, llegando incluso a tacharlos de ser judíos. La sombra de la brujería seguía danzando a su alrededor, tejida por las leyendas que les perseguían incansables.

En los albores del siglo XIX y hasta mediados del siglo XX, un enigmático medicamento homeopático, conocido como el "Alimento Meyer," se difundía por estas tierras. Concebido para las guaguas, los enfermos terminales y los convalecientes, este misterioso polvo blanco prometía fortalecer el cuerpo y combatir cualquier dolencia. La composición de tan enigmático remedio era un secreto celosamente guardado, disuelto en aguas tibias, sin más.

Los rumores, como sombras danzantes, se extendieron por la tierra chilena, y algunos murmullos llegaron a oídos del viejo croata Ivo Boric, conocido por su tendencia a los excesos etílicos. El oscuro borracho afirmaba, con voz temblorosa, que aquel polvo era nada menos que el Vinum Sabbati, una sustancia blasfema que alimentaba los aquelarres de la vieja Europa. Aunque sus palabras fueron desestimadas por muchos, la historia de Ivo como cazador de indios en Tierra del Fuego, recopilada por el jesuita y antropólogo alemán Martin Gusinde, sugería un pasado vinculado a sombras sobrenaturales.

El mito urbano pareció desvanecerse con el tiempo, y hacia 1930, el Alimento Meyer dejó de circular, eclipsado por los avances en la medicina convencional. Pero bajo la superficie de los acontecimientos, una oscura razón perduraba, resonando en los rincones más sombríos de las tierras australes. José Raimundo Meyer, uno de los herederos de la dinastía, había recibido en legado los inquietantes tomos esotéricos de Mikhael Meyer, entre ellos el infame Unaussprechlichen Kulten de Von Junzt.

El destino de José Raimundo fue trágico, ya que poco después del retiro del producto del mercado, encontró su último aliento. En su testamento, oculto como los secretos más siniestros, yacían documentos que, según se decía, revelaban la terrible verdad: el Alimento Meyer era el Vinum Sabbati, el polvo blanco de las brujas.

Los Meyer, a lo largo de las generaciones, parecían poseer un gen único que los conducía hacia ideas delirantes y fantasías extravagantes, y José Raimundo Meyer no fue la excepción. Su deseo de restablecer el aquelarre en las tierras del sur de Chile como un nuevo santuario para los adoradores de los Antiguos Dioses, solo pudo quedar en el reino de lo irrealizable. La alquimia de sus antepasados superaba con creces su alcance mortal.

Hoy día, los ecos de esta leyenda han quedado sepultados en los pliegues del olvido, en el vasto mar de lo que la memoria colectiva chilena ha dejado atrás. Sin embargo, las sombras siempre encuentran una forma de volver. Rumores emergen de los rincones más remotos, donde los descendientes de cuarta generación de los Meyer se ocultan, aquellos que aún conservan el linaje impío de Nerón. Alejados en sectores rurales y enigmáticas islas del sur, la oscuridad de su legado sigue resonando, alimentada por mitos y conspiraciones que aumentan en horror con cada susurro.