EL TESTAMENTO DE ERIC KRAUSE
POR RICARDO MEYER
* * *
Dios no puede duplicar el odio que siento
hacia nuestra especie, pero no puedo decir que os odio más a vosotros que a mí
mismo, pues por vosotros solo siento un profundo asco. Habéis infestado mi
huerto de ideas, habéis exprimido cada gota de cordura que alguna vez albergó
mi mente. ¡IÄ! ¡IÄ! ¡Shub-Niggurath! Es fácil hacerlo, pero no es fácil
comprenderlo, ¿verdad? Pues las supersticiones no perecen sin antes quebrarse
en el suelo, acompañadas del lamento de las viudas de Hamburgo, que nunca más
vieron un futuro para sus hijos tras el mal que emergió de Siberia. ¡IÄ!
¡IÄ! ¡SHUB-NIGGURATH!
¿Entendéis la magnitud de la situación?
No, porque vuestras mentes son torpes y han estado cegadas desde el día de mi
muerte. ¿He perdido la efigie de plata? No, no la he perdido. La arrojé yo
mismo a los desechos, donde pertenece, pues no podía soportar más la visión de
esa efigie de un Cristo decadente. Porque, si existiese un Cristo, ese sería
yo, ungido por el dolor de mi madre y avivado por el fuego de los indios,
cuyos oídos lo último que oyeron fue la procesión de La Apertura de ‘Umr
At-Tawil.
Permanezco aquí, en este rincón de los
muchos rincones oscuros de la Tierra, donde nadie podrá encontrarme, ni mucho
menos obligarme a enfrentar a las Keres por segunda vez. No está muerto lo que
yace eternamente, pero yo morí y aquí permanezco, como un entretejido de
las Moiras deshilachado por un bastardo al que los sabios llaman La
Numinosidad. Aun así, sea como fuere, solo quiero que sepáis que el odio
que siento por vosotros es tan vasto que de mí no volveréis a saber más. Sin
embargo, siempre que lo desee, puedo visitaros a través de los miles de
umbrales que existen en el mundo, cubrirme con polvo de yeso y ser
vuestro ídolo personal, aquel que amáis, al que rezáis y que nunca olvidáis.