DIOS SALVE AL REY
POR RICARDO MEYER
“Alemania es un joven imperio en crecimiento (…) al que la legítima ambición de los patriotas alemanes se niegan a asignar límite alguno”.
Kaiser Wilhelm II
* * *
Bajo el velo de sombras que envolvía los vestigios de lo que alguna vez fue el mundo, deambulaba junto a mi hermana por las desoladas calles en dirección a nuestro encuentro con George. Este robusto y torpe muchacho, sin embargo, representaba la única manifestación de la niñez que persistía en este desolado universo. Al divisarlo, su rostro ungido por los restos de un helado, se inclinó en un intento de besar a mi hermana, quien, aunque evidenciando su disgusto, no opuso resistencia. George, el último vástago de una humanidad extinta, ostentaba la descendencia de los propietarios de este mundo desvanecido.
"Cuando te sientas mal, solo grita ¡REY CARLOS!", profirió George antes de despedirnos. Regresando a casa, nos encontramos con el tejido deshilachado del vestido que madre confeccionaba para mi hermana. Alaridos desgarradores llenaron el aire, y frente a nosotros, un crucifijo colgado en la pared captó nuestra atención. En él, las manos del Salvador, su semblante, sus pies y los clavos que lo atravesaban, habían sido suprimidos para dar lugar a las herejes figuras del Tarot de Marsella. La corona de espinas que envolvía su rostro cedía ante los misteriosos arcanos.
En medio del caos de gritos y lágrimas maternales, resonaba un único nombre en mi mente: "REY CARLOS". Intenté evocar la imagen de Cristo, pero me resultó imposible; el dolor que experimenté fue indescriptible. Traté de reconectar con el mundo que había conocido, pero mis esfuerzos fueron en vano. La cacofonía culminó abruptamente, el crucifijo profanado desapareció y, al recobrar la consciencia, descubrí que en lugar del crucifijo profanado, ondeaba una Union Jack: la bandera del Imperio Británico.