Fragmento III: Vida

     Y en tanto Tánatos, cuya mitad de la cabeza estaba horridamente cercenada, dejando a la vista músculos y fibras del cráneo, buscaba arrebatarme la pulsión. Fue entonces que una extraña luz se manifestó en su rostro putrefacto, irradiando desde detrás de mí. Tan grande fue el terror de este ser primigenio, él mismo personificando la muerte, que se vio obligado a retroceder. El halo de luz se posó sobre mí, consumiéndome, mientras susurraba: "Vive"



El Padre de los Aesir

 EL PADRE DE LOS AESIR

POR RICARDO MEYER



“Los hombres generosos y valientes viven mejor y rara vez sufren; pero el cobarde lo teme todo”.

Proverbio vikingo


* * *


     Soñé y vi, sin hallar más que la vastedad vacía y Ellos. En la percepción de mi confinamiento cristalino, solo meditaba sobre él, sobre lo que fui y lo que no seré. Ahora, él reposa en el Valhalla, en la compañía de mis hermanos, mientras yo, yago aquí, perpetuamente atrapado en la ausencia de términos junto a estos secuaces de Helheim. Contemplo lo que fui y reconozco que no soy más que la nada misma.

     Observo mi mano, o lo que alguna vez fue y nunca será de nuevo, completamente corroída y desgarrada, exhibiendo las fibras y los cefalópodos que se adhirieron con su venenoso aliento marino. Rememoro los viajes, tantos océanos cruzados, y sin embargo, he llegado a esta prisión.

     Mi pensamiento se dirige hacia él, hacia Odín, el Patriarca de los Aesir. Soñaba con alcanzar el Valhalla, como cualquier guerrero, pero ahora yago derrotado aquí. Incluso en esta condena eterna, me descubro como un indigno receptor del respeto de Odín. En lugar de luchar con todas mis fuerzas para liberarme de esta cárcel infernal, me sumerjo en mi miseria, mi autocompasión, mi lamento, y me convierto en un ser desgraciado y melancólico. Carezco de la fuerza de voluntad, y sobre todo, no soy merecedor de entrar al Valhalla ni de recibir la bendición de Odín.


El sembrador (poema)

 EL SEMBRADOR

RICARDO MEYER


El sembrador, que no es otro que el Gran Dios Pan,
Esparce sus semillas de vid por los campos de las vírgenes,
De ellas brotan los frutos del placer y el goce de los marchitados,
Dioniso, se impacienta por poder beber de la leche y la sangre,
Y mientras el huerto de las jovencitas sigue madurando,
La noticia de la orgía se esparce por toda la península.
Congregando a las dríades, brujas y harpías,
Para fornicar con los sátiros y los malditos,
En una festividad única cuyo objetivo,
Es purificar lo que siempre estuvo corrompido,
Que las mentiras de Roma no llegan a mi corazón profano,
Pues a mí no me amantó Capitolina, sino una mujer libertina,
Inauguro la cosecha del dios besando a una puta,
Y alcanzo un orgasmo apoteósico que nunca tuve ni volveré a tener.
Cuando Eosforo se anuncia, las ninfas abandonan el lecho,
En el cual follamos sin distinguir a los pares,
Dejando un pozo de humedad, recuerdo de nuestro deleite,
Me hundo en él, lo palpo con mis estigmas y lo huelo,
Para finalmente, ungirlo en mis ojos, para así ser mi propio Cristo,
Dioniso se encuentra totalmente defenestrado,
Mas para él no es un martirio, sino un gusto,
Lo miro con los ojos de un príncipe bohemio,
Y me susurra al oído con su voz tan dulce:
“La siguiente será Babilonia”.


Çatalhöyük (poema)

 ÇATALHÖYÜK

RICARDO MEYER

El amor que por vos siento,
Es una aberración proveniente,
De los abismos más oscuros,
Un hijo bastardo de Narciso y la Santa Virgen.


No entiendes los misterios del Satán, ni de Serapis,
Esa inocencia altiva y disonante, me somete a tu culto,
Y es ahí donde descubro el misticismo de tu belleza eleusina,
Y tus cuervos, dispersos, me hacen adorarte a los pies de mi propio calvario.


Mis ojos son la vita carnis de Lumiel,
Y se adhieren como gusanos al opio y a la absenta,
Y aún con todo eso, no me provocan lo que tú,
Ya que al solo palpar tu boca y ungirme en ti, ¡O, diosa y amante!
Tu ponzoña corroe las plagas de mis recovecos abisales,
Esos planos oscuros que solo tu logras humedecer.


Pierdo lo que los profanos llaman hombría,
Me hundo en una desesperación menguante,
Y las rameras de Anatolia, con sus voluptuosos muslos,
Ya no me brindan satisfacción, ni deleite luego de haberme bautizado,
Con el secreto primigenio que escondes de los profanos en nuestro Edén.


Te amo y esa es mi transgresión más noble,
Soy un forastero en tu santo cuerpo,
La conjunción de los cuerpos celestes no es tan majestuosa,
Como el secreto de nuestra pasión, ominosa y prohibida.


Abadesa Santísima y Triformis, dueña de mi Voluntad
Bésame con tu indulgencia y falsedad,
Tan típica de las diosas como tú, que el tiempo aniquiló,
Y tan diferente a los de Él.


Dios Salve al Rey

 DIOS SALVE AL REY

POR RICARDO MEYER




“Alemania es un joven imperio en crecimiento (…) al que la legítima ambición de los patriotas alemanes se niegan a asignar límite alguno”.

Kaiser Wilhelm II


* * *


     Bajo el velo de sombras que envolvía los vestigios de lo que alguna vez fue el mundo, deambulaba junto a mi hermana por las desoladas calles en dirección a nuestro encuentro con George. Este robusto y torpe muchacho, sin embargo, representaba la única manifestación de la niñez que persistía en este desolado universo. Al divisarlo, su rostro ungido por los restos de un helado, se inclinó en un intento de besar a mi hermana, quien, aunque evidenciando su disgusto, no opuso resistencia. George, el último vástago de una humanidad extinta, ostentaba la descendencia de los propietarios de este mundo desvanecido.

     Le compartimos detalles de nuestra familia, evocando los recuerdos de nuestra madre, como es común en estos tiempos desprovistos de historia. George, entre sorbos de una efervescente Coca-Cola, nos dirigió su atención con una enigmática advertencia: "Cuando te sientas en problemas... sé quién puede ayudarte". Mi mente anticipó la mención de Cristo, evocando una fugaz sensación de bienestar, forjada en la crianza luterana que precedió al ocaso del mundo. Sin embargo, la efímera satisfacción cedió paso a la inevitable decadencia.

     "Cuando te sientas mal, solo grita ¡REY CARLOS!", profirió George antes de despedirnos. Regresando a casa, nos encontramos con el tejido deshilachado del vestido que madre confeccionaba para mi hermana. Alaridos desgarradores llenaron el aire, y frente a nosotros, un crucifijo colgado en la pared captó nuestra atención. En él, las manos del Salvador, su semblante, sus pies y los clavos que lo atravesaban, habían sido suprimidos para dar lugar a las herejes figuras del Tarot de Marsella. La corona de espinas que envolvía su rostro cedía ante los misteriosos arcanos.

     En medio del caos de gritos y lágrimas maternales, resonaba un único nombre en mi mente: "REY CARLOS". Intenté evocar la imagen de Cristo, pero me resultó imposible; el dolor que experimenté fue indescriptible. Traté de reconectar con el mundo que había conocido, pero mis esfuerzos fueron en vano. La cacofonía culminó abruptamente, el crucifijo profanado desapareció y, al recobrar la consciencia, descubrí que en lugar del crucifijo profanado, ondeaba una Union Jack: la bandera del Imperio Británico.


El niño

EL NIÑO

POR RICARDO MEYER




* * *


     El infante reposaba en un letargo apacible y sereno, pero dentro de su pecho ardía una ira oculta. Antes de sumergirse en lo que él mismo consideraba su Sueño, lágrimas desbordaron sus ojos, lágrimas de tristeza por el anhelo constante de tener una identidad que, al alcanzarla, le fue arrebatada de manera despiadada. Culminó su lamento culpando al Cristo que pendía majestuoso y miserable en su mural. Le expresó que, a pesar de todo, no renegaría de él, pero le pesaba la manera en que debía comparar su sufrimiento con los padecimientos que el Nazareno soportó en el Gólgota. ¿Con qué medida se puede evaluar el sufrimiento del alma? ¿Es posible comparar la pena de un corazón roto con la de un corazón atravesado por una lanza?

     Al final del día, el infante comprendía que Cristo había muerto siendo Jesús de Nazareth, un humilde carpintero de treinta y tres años, tan humano como todos, y solo la Muerte Violenta lo erigió como el Cristo. Antes de sumirse en el Sueño, hizo mención de los tres: Cristo como Vida, Hypnos como Sueño y Tánatos como Muerte. Sin embargo, se percató de que los hermanos, de alguna manera, se sometían a las reglas del Cristo, la personificación de la Vida que trascendía los límites de lo onírico y lo real. Esto le causó dolor, ya que sentía que incluso los dioses debían inclinarse ante la Voluntad del Nazareno. ¿Acaso los gemelos Hypnos y Tánatos no eran libres de proseguir su empresa sin que él, tras recibir el beso de las Keres, interfiriera? ¿Debía Oniros tolerar que la Vida se entrometiera en los Sueños? El niño cayó en un sueño agitado, presa de un odio que jamás deseó experimentar, un tormento que lo atormentó y lo consagró.

     En la penumbra impenetrable, vislumbró a su hermana, durmiendo como un perro callejero junto a su cama. Le dirigió una mirada triste y le preguntó por qué no descansaba adecuadamente. Con tristeza y furia, ella le respondió: "Porque tú has ocupado la cama de madre y padre, así como la mía, y te la has reservado para ti".

     Su hermana se volteó, y aunque el niño intentó que volviera a hablar, ella nunca más le dirigió la palabra. Regresó al sueño, encontrándose perdido en las calles de una ciudad. Dos hombres, inmersos en una discusión, lo miraron y le preguntaron: "¿Qué eres tú?"

     El niño no comprendía la razón de su disputa, pero entendía que debía responder de manera que no provocara la ira de ninguno. Si decía "católico", uno se enfadaría y lo asesinaría; si decía "cristiano", el otro lo castigaría aún peor. Huyó desesperado mientras los dos hombres, ahora envueltos en sombras, lo perseguían con ferocidad, como almas descarnadas de la noche con fauces insaciables.

     De nuevo en la oscuridad, a su lado se erguía un hombre corpulento, de cabello largo y barba descuidada, totalmente desnudo. El niño se estremeció, pero pronto normalizó la escena y continuó durmiendo. Al despertar, solo divisó un cielo gris del cual caían gotas de lluvia. El agua azotaba su rostro y su cuerpo adolorido, pero incluso sin el golpeteo de la lluvia, experimentaba un dolor abrumador. Con gran esfuerzo, intentó mirar hacia abajo y descubrió que se encontraba en la cima de un trozo de madera, con sus pies atravesados por clavos gigantescos. No tenía fuerzas para hablar, y aunque lo intentara, las multitudes, incluso su madre, le gritaban: "¡IMPOSTOR!"



El puñal y la bruja

EL PUÑAL Y LA BRUJA

POR RICARDO MEYER

    



“La obligación del cristiano no es más que la de estar en constante preparación para la muerte”.

Ireneo de Lyon.


* * *


     La codicia es uno de los peores males del mundo, por treinta monedas, trozo de metal cualquiera, Judas desató un sufrimiento tan grande en un hombre y marcó para siempre nuestro destino como especie. El dolor que provocó esa codicia fue tan grande y el dolor en gran escala y de forma tan desmesurada…puede santificar, es cierto, pero también…mortifica…y eso lo sabía Judas. Su codicia, luego del dolor, lo carcomieron, corrió hasta que no pudo más y…se ahorcó.

     En mi familia, decir que Mammon es el único demonio al que le servimos, es no ser sincero, en mi familia, sin excepciones, hay una larga lista de individuos que ya tienen fijo sus lugares entre los diferentes círculos del infierno, yo soy uno de ellos, y por eso estoy redactando esto…no por miedo, sino para dejar constancia…no porque me vaya a suicidar o algo, al contrario, me quedaré para ver, la constancia que dejo es por la misma razón por la que me enviarán a un lugar privilegiado, un lugar que me hace el proscrito más digno, así como el mismo Lucifer o incluso más puro…la razón por la que dejo esta constancia y por la que no tengo miedo es porque me llena de orgullo lo que hice y ese orgullo es mi pase al Infierno, junto con los ángeles más puros que, al igual que yo, brillaban tanto que los echaron a patadas del Paraíso y aun así…siguen brillando con mayor fuerza aún y ahora esa llama…transmite un calor…un calor que enciende la pasión en el corazón de las rameras, el instinto asesino en un ladrón y que enciende la ambición en las personas como yo.

     Mi abuela, esa vieja bruja, y no lo digo en el sentido metafórico, es la peor de todas. Ella se ha encargado, y lo noté desde pequeño, de querer tenernos a todos bajo control, pero ella es mi abuela materna, de mi abuela paterna no sé nada, así como tampoco sé nada de mi abuelo paterno y ella tampoco lo sabía…por lo tanto, nunca sospechó de mí…de lo que yo soy y que, de alguna forma, soy un proscrito más oscuro que ella…porque viene de la sangre de mi padre…de aquel borracho que ella tantas veces intentó apartar de mi madre, ese borracho, ese don nadie, me dio la sangre de los réprobos y, haciéndole honor a mi tatarabuelo que llegó de Alemania en el siglo XIX, logré encontrar o, tal vez ellos me encontraron, a los Antiguos Dioses del viejo continente…aquellos que el tiempo aniquiló y que mi abuelo tuvo que huir hasta acá, a El Fin, para poder adorarlo y hacer su misión.

     Mi abuela no sabía nada, pero cuando me hice un hombre, tanto a los ojos de ella, como a los ojos de mi estirpe, lo comenzó a notar, pero ya era demasiado tarde. Mi gente, es tan antigua que, de alguna forma, la barrera del Tiempo existe, pero es bastante superflua…es como un mural solamente…la respetamos, pero de alguna forma, nos da igual. Yo siempre supe que estaba destinado a grandes cosas, tal como mi padre, que en paz descanse, mi abuelo, mi bisabuelo y así…porque yo soy un réprobo y en mi sangre se encuentra la historia de la humanidad con eones de pasajes perdidos que los Santos han prohibido…pero que nosotros, hemos conservado y protegido y, sin temor alguno, lo seguimos propagando…donde ellos nunca podrán llegar…por la sangre…por los críos…mediante el acto sagrado de la fornicación. Sin necesidad de tener que estar gritando cosas de hace dos mil años en una plaza pública para intentar convertir a la gente, basta con ir a un lupanar y seducir a una camarera, llevársela a la cama, y en nueve meses nacerá un niño como yo, que en nueve meses tendrá en su sangre el conocimiento de milenios de antigüedad…más que lo que pasó hace dos mil años…o incluso, más atrás de que los mismos humanos hayan aparecido. Pues mi sangre no sería tan perfecta si fuera humana, pues hay algo en mi, en nosotros, que nos hace superiores más allá de lo obvio y es que, nuestra sangre, es la sangre de los Oscuros y, por eso, somos divinos y brillamos con una luz negra que nos protege y nos santifica, mientras que la luz blanca, que se posa sobre los santos, solo los expone, como una linterna haciendo señal a un intruso, y cuando vemos a la luz blanca posarse sobre ellos, no hacemos nada, porque las masas ansiosas de parias y obtusos se abalanzaran sobre ellos y cuando no quede nada, la luz blanca irá por otro, pero la luz negra, aquella luz que ellos rechazan…es lo que nos protege, por no brillar como ellos quieren, pero brillar a nuestra manera…es nuestro sello, nuestra marca, nuestra Marca de Caín, si queremos ser más puristas.

     Mi abuela notó todo esto en lo que fueron dos días, por eso la maté, y al final del día, ella es solo una vieja cuya sangre es una mezcolanza entre criollos y algunos parias más bajos, y solo tiene conocimientos arcanos bastante burdos, hasta el curador de la Universidad de Buenos Aires podría hacer mejores hechizos que ella al tener acceso a la copia del Necronomicón, pero ella…ella es solo una bruja de campo, bueno, era, porque se supone que está muerta.


     No me arrepiento, ni me arrepentiré, yo lo sé, pero es curioso saber que ella pensó que yo sería de su propiedad, que podría usarme, pero siempre estuve a su lado, haciéndola creer que la amaba, y ella siempre estuvo a mi lado, haciéndome creer que me amaba cuando en realidad quería usar mi “pureza” para sus rituales patéticos, pero yo, yo no tengo pureza y cuando notó esa oscuridad, su terror fue tal, que ninguna jarra con miel y con bichos o cualquiera de esas supercherias, no muy diferentes a la de los negros de Haití, no son nada comparado a la magia de los míos. Sin necesidad de palabras, sin necesidad de fetiches, solo con nuestra presencia, logramos mover y moldear la realidad y mediante esa influjo cósmico…logramos cambiar el Tiempo, el Espacio, no como tal, pero sí como lo ven los demás. Pues al final del día…los humanos somos monos lampiños, bastante tontos, dale un par de argumentos, hace una escenografía y, solo por la impresión visual, su mente comenzará a elucubrar conceptos que ellos tratarán de entender con lógica y así se quedan tranquilos. Eso es algo que los psicoanalistas saben bien, pero yo, se podría decir que siempre lo supe, pero no monté ninguna escenografía, lo hice, sí, pero de una manera tan sutil que no tuve que mover ni un solo dedo para hacer los tres actos de la obra en el escenario y el montaje fue tan perfecto que por eso se confunde con la realidad, aunque yo sepa que es una mentira, pero como dijo un sabio, “toda verdad, en el fondo, es una mentira”.

     Mi abuela, según todos, murió antes de que yo naciera y fue una persona muy mala, fue mejor que no la hubiera conocido. Sin embargo, yo sé que yo la maté, yo la maté y no tuve piedad al clavar el puñal en su cuerpo decrépito y enfermo, y no lo hice por la espalda, se lo hice de frente, para ver su dolor, para que vea que alguien que ella consideraba débil y de quien pensaba aprovecharse logró ser superior, que yo lo maté, que yo la derroté, que cuando el puñal estaba tan hondo y ella ya estaba más que muerta…mostró su debilidad humana en sus ojos muertos que creían que yo era bueno y que era su nieto…se tuvo que haber dado cuenta antes…pero bueno, ahora ha de estar contenta, porque sí, soy su nieto, siempre lo seré, pero a ojos de todos, nunca te conocí, porque moriste antes de que yo naciera y yo, yo soy solo un padre de familia, al mismo Tiempo que me están enjuiciando por brujería en España y al mismo Tiempo que disfruto de los placeres con las ninfas de Anatolia…porque mi especie, vivirá por siempre y para siempre, porque no hay fin en los Tiempos.



Ártemis

 ÁRTEMIS

POR RICARDO MEYER



“En los arcanos tomos de los jardines de los senderos que se bifurcan, susurran los sabios escribas y los ancianos decrépitos de los tiempos de Salomón y sus concubinas, que la pluma blasfema duerme sepultada en los oráculos de la Antigua Anatolia. Sus secretos, tan arcanos como insondables, constituyen un mal que acecha a todos los seres y, de alguna manera, siempre logra resurgir. En esta era contemporánea, solo se recuerda a una figura de origen y procedencia dudosa, cuyos rasgos evocan a aquellos seres de piel oscura de épocas inmemoriales. Esta figura, al igual que la pluma, está muerta, pero en vida, sus sueños se convierten en rodajas de veneno para aquellos conocedores del secreto de Amn Ho. ¡Oh, pero que Dios tenga piedad de mí sí estoy pecando al escribir esto! Creo que es un instinto natural aferrarse a algo en tiempos de crisis moral.

La pluma blasfema, que casi despierta de su sepulcro, trazó mi nombre con tinta obsidiana del Hombre Negro y borró mi nombre del Libro de la Vida. El sabio sabrá ignorar estas palabras, el intrépido las interpretará, y el más insensato de todos los hombres encontrará su liberación”.


* * *


     Cuando partí de Buenos Aires rumbo a las tierras de Misiones, imbuido por todo cuanto había logrado aprender de aquellos devotos de la pluma blasfema, fue inevitable que los temblores de la niñez se apoderaran de mi ser. Mis ojos habían absorbido las palabras prohibidas del Necronomicón, esa antigua y siniestra obra, la edición del siglo XVII que yacía en la oscuridad vetusta de la Universidad de Buenos Aires. No encontré dificultad alguna en obtener el permiso necesario para revisarlo; después de todo, mi nombre había sido ilustre en los círculos académicos de la época. En mi mente, retumbaba incesante el siguiente pasaje:

      "Los hombres conocen con el nombre de Morador de la Oscuridad al hermano de los Primordiales llamado Nyogtha, la Entidad que no debiera existir. Puede ser traído a la superficie de la Tierra a través de ciertas cavernas y fisuras secretas, y los hechiceros le han visto en Siria, y bajo la torre negra de Leng; ha ido al Thang Grotto de Tartaria para sembrar el terror y la destrucción entre los pabellones del Gran Khan. Sólo por la cruz ansada, por el conjuro de Vach-Viraj y por el elixir Tikkoun, puede ser devuelto a las tenebrosas cavernas de oculta impureza donde mora."

      No comprendía el significado, ¿acaso es posible siquiera escudriñar las profundidades de ese tomo maldito? Esa blasfema obra tan solo condenaba a almas como la mía a una espiral de especulación en torno a lo incomprensible. Pero era imperativo estudiarla, necesario para arrojar luz sobre los oscuros designios del culto que me había obsesionado.

     Una vez en Posadas, impulsado por una curiosidad fanática que me dominaba por completo, no titubeé en encaminarme hacia el siniestro lugar de congregación del culto. Ni siquiera me concedí el lujo de buscar un alojamiento adecuado; mi determinación era inquebrantable y, sin lugar a dudas, el Necronomicón había ejercido su misteriosa influencia sobre mi mente.

     La sede del culto se escondía a la vista de todos, un sarcástico desafío a la decencia común de la población local. Al llegar, fui recibido por Leonidas Kolmaniatis con la misma sonrisa falsa y perturbadora que caracteriza a los sectarios; no obstante, mi experiencia previa con individuos de su calaña me había preparado para tal encuentro. Sin dilación, le expresé mis inquietudes, a lo que él respondió con una aparente tranquilidad. Tras un breve intercambio, me dejó solo en la sala, argumentando tener asuntos que atender con su secretaria. Fue entonces cuando mis ojos cayeron sobre una serie de tomos que yacían en un rincón. Entre ellos, destacaban una copia manuscrita del Necronomicón del siglo XVII, idéntica a la que reposaba en Buenos Aires, el infame De Vermis Mysteriis, El Libro de Babalon y el Occulta Cogitatonium Liber, aquella edición de tapa blanda de manufactura barata que había sido impresa en Chile a mediados del siglo XX. Mis sospechas se tornaron más intensas mientras observaba esos tesoros prohibidos.

     Continué explorando el lugar con un escalofrío que recorría mi espalda. Fue entonces cuando mis ojos se posaron en una estatuilla que jamás habría imaginado encontrar allí. Adornada con lo que parecían ser corales retorcidos, era una miniatura de la Artemisa de Éfeso, tal y como la describían en las sagradas escrituras del Templo que había visitado el Apóstol Pablo. Sin embargo, esta representación estaba imbuida de una esencia macabra y perturbadora. Sus múltiples pechos, o lo que sea que aquellas protuberancias fueran, me atraían y, al mismo tiempo, me condenaban con una fascinación perversa que no podía comprender del todo.


"Green Pillow" por Clive Barker
     Cuando finalmente Leonidas regresó, el tiempo había transcurrido sin piedad, dejándome perdido en un trance que me sumergía en la contemplación de la estatua de Artemisa. Cada detalle de la virgen que, según las leyendas, había descendido del cielo, parecía palpitar ante mis dedos. Su esplendor, su divinidad, todo se me revelaba de manera inquietante. Sin embargo, este contacto con lo profano me llenó de un abrumador sentimiento de culpa, pues había llegado hasta allí con la misión de erradicar a los seguidores de la pluma blasfema.

     Leonidas me encontró sumido en lágrimas, sosteniendo el Necronomicón en mis temblorosas manos. Me miró con una mirada que transmitía un insondable conocimiento y pronunció palabras que me estremecieron hasta lo más profundo de mi ser:

    "Tranquilízate. Tu nombre aún permanecerá en el Libro de la Vida, inalterado en su esencia, sin ser borrado ni añadido al temible libro negro, porque El Oscuro, mi Señor y escribano lo ha dictado."

    Hoy en día, me atormenta el remordimiento por cada una de las acciones que emprendí en nombre de dioses ajenos. Ahora comprendo que Artemisa es quien guiará mi senda y que, si logramos resucitar y alzar desde su sepultura a la pluma blasfema, podremos purificar este mundo de la maldad que lo aqueja. Mi papel en el culto carece de relevancia, pero tengo el conocimiento de que, cuando la pluma blasfema despierte de su tumba y con la tinta que hemos recuperado borremos sus nombres del Libro de la Vida, el libro negro obtendrá un poder inmenso y, por fin, llegará el día en que la propia Muerte pueda morir.

Fragmento II: "ODIO"

 

"Fatpinkman" por Clive Barker
    Siempre odie al viejo…con su nariz aguileña y su catre lujoso, una afrenta a los amantes de la erótica. Lo que yo solo ojeaba en revistas húmedas por mis fantasías, él podía palpar y disfrutar a la vez que se revolcaba con ellas en su cama como el viejo decrepito que es. Si bien yo no soy rico, las amo más que él, quien solo las ve como un producto para su revista porno.


     Cuando rescaté a Sol, ella no lo comprendía…claramente ese viejo le lavó el cerebro, lloraba…era evidente, había sufrido mucho en la mansión de ese viejo siendo tratada como un objeto sexual y ahora, frente a mí, su salvador, no podía contener la emoción.


     No entiendo lo que pasó después, pero es evidente que el viejo, con su sucio dinero, sobornó a jueces y federales para que me arrestaran por falsos cargos de secuestro y demás. Sin embargo, no es relevante…yo estoy preso, pero ella ya es libre. Yo la liberé de su prisión de carne y he cumplido la Voluntad de Las Revelaciones y ahora su esencia libertina es una sola con la de mi amo y señor Y’Golonac.



Yule

  YULE

POR RICARDO MEYER





“Efficiunt Daemones, ut quae non sunt, sic tamen quasi sint, conspicienda hominibus exbibeant”.


* * *

En eras olvidadas, cuando la malignidad de la modernidad no carcomía las sombras más hondas de las almas inocentes, se alzaba con soberbia y aires de ferocidad aquella festividad que mi estirpe y mi pueblo veneraban antes de que las olas y los océanos de otras razas y naciones se entrelazaran en un único linaje. Aunque algunos perciban tal mestizaje como la norma y lo adecuado, yo anhelo, con fervor, en cada sueño que me asalta mientras duermo, el regreso a aquellos tiempos cuando éramos solo nosotros y nuestras arraigadas costumbres. Tiempos en los que la humanidad era auténtica, antes de que la maldad proveniente de Samaria, expandida por los romanos en ríos de sangre en tierras ajenas, se entrelazara con las tradiciones de otros pueblos que, al igual que los míos, sostenían sus propias creencias.


   No estoy siendo hereje ni anatema al afirmar que la ironía reside en el hecho de que aquellos mismos que nos impusieron la cruz admiten que el símbolo que nos impusieron es un emblema de muerte. Sin embargo, dudo que haya habido vida tras esa cruz, ya que en nombre de un carpintero analfabeto fuimos sometidos a laceraciones y tormentos en nuestros corazones puros sin comprender por qué condenaban aquello que siempre disfrutábamos con devoción, a nuestra propia manera. Mi pueblo huyó hacia el Nuevo Mundo, dispersándose en los rincones más australes y recónditos, entremezclándose con otros desterrados que compartieron la misma persecución, como soldados de diversas naciones que, unidos por la sangre derramada de sus ancestros, continúan compartiendo trincheras hasta el día de hoy.

Aunque El Ceremonial aún se celebra cada siglo como una tradición, vislumbramos con pesar que en esta era, donde las falacias de Roma se expanden como la peste bubónica que alguna vez asoló Europa para expulsar, justamente, a esos monjes, abadesas y santurrones, la plaga de Cristo se propaga por el mundo, expulsando y aniquilando a todos, pues, tal como proclama su profeta, todos somos iguales a los ojos de su dios. En nuestras trincheras, disfrutamos con deleite cuando El Hombre de Yule, engendro de la ira de Svarog y de nuestras gentes, vierte su sangre sobre la progenie de los seguidores ciegos de esta fe bastardizada. Utilizando los mismos métodos con los que ellos impusieron su cruz, El Hombre de Yule las arrebata, negándoles lo que ellos llaman vida para siempre.
 

Cuando lo sienten, sus mentes corrompidas son incapaces de discernir la esencia de los hijos del invierno y el sol. Por eso, me complace observar cómo El Hombre de Yule profana el seno de lo que ustedes consideran familia, deleitándose con cada gota de sangre derramada de sus vástagos. Con sus uñas, puede palpar esa sangre en vuestra carne putrefacta y senil, incluso cuando está fresca, sin desperdiciar ni un día sagrado durante la semana que dura El Ceremonial. Todo esto, como homenaje a los únicos y verdaderos dioses y señores de este mundo, que, aún en su muerte, sueñan y aguardan el momento de despertar para reclamar lo que les ha sido arrebatado.


    



 

Fragmento I: "El muñeco"

     Le tomó muchos años y un sinfín de ensoñaciones dar vida a aquel muñeco. Él había valorado el don que tantos despreciaban: el beso de Tánatos, en lugar de la caricia de su hermano Hipnos. No albergaba ninguna duda de que la conexión entre el sueño que había tenido y la creación de este muñeco, aunque carecía de coherencia en el mundo de la vigilia, poseía un significado etéreo que solo los artistas o aquellos que habían enfrentado las turbulencias y tribulaciones que él había vivido podían comprender.

     Al observar las devastadoras consecuencias causadas por aquel horror procedente del interior de Egipto, el quien comprendía la naturaleza de los hijos de Nyx, no dudó en distribuir el muñeco con premura. Gracias a artes insondables que había descifrado de los Papyri Graecae Magicae
, logró que Eros despertara pulsiones en aquellos que mereciesen el don. Sin embargo, ¿quiénes merecían el abrazo de la muerte en un mundo tan indiferente bajo el dominio del faraón negro? Su mente se volvió hacia los niños, las inocentes víctimas de este juego abominable. El muñeco se erigía como el último refugio de felicidad para ellos, un faro en medio de la oscuridad. Cuando se acurrucaban junto al muñeco en sus lechos, este les otorgaba el beso, y, guiados por la influencia de Hipnos, la muerte se les presentaba en sueños con una amistosa bienvenida, envolviéndolos en los brazos eternos de la noche.

"Man on Orlando's Cap" por Clive Barker

 

Los Tentáculos de la Bruja

 LOS TENTÁCULOS DE LA BRUJA
POR RICARDO MEYER




"¡Oh, canta Orfeo! ¡Alto árbol en el oído!
Y calló todo. Mas hasta en este callar
nació un nuevo comienzo, seña y transformación."



* * *


     Y, tras haber contemplado los ojos de Petra, la Voz de las Profundidades penetró tan hondo en mi altivo corazón que, al alcanzar el otro lado de la angosta puerta, pude vislumbrar las Tierras Esmeralda. Ante mi perplejo mirar, se extendía una tierra plana de césped eterno e infinito... se mostraba ante mí cual Paraíso Terrenal. Caminaba, harto relajado, e incluso hallándome deslumbrado por el Sol, este me llenaba de energía y felicidad. Era como estar en un Sueño.


     A mi alrededor yacían las lápidas de las innumerables víctimas del infortunio que habían sucumbido a muertes violentas y recibiendo el fatídico beso de las Keres. Cada vez que daba un paso, con una lápida me topaba: me topaba con el rostro de un difunto, congelado en una foto, siempre acompañada de un cartel con un mensaje postrero del cual me sentía destinatario. Recuerdo una, de un bebé, su rostro me sonreía y decía: "No me pidas favores, déjame descansar en paz". No recuerdo cuántas horas caminé hasta llegar a la Arboleda.


     Por primera vez, después de haber transitado la pradera durante horas o años, pude atisbar trazado camino que se extendía infinitamente hasta hallar su bifurcación, dando a luz a un cruce. A los bordes del sendero, por ambos lados, crecían árboles ciclópeos que, abrazados al firmamento, cubrían del sol el pavimento. Mas, sin embargo, abandonar el camino, implicaba el inexorable retorno al césped eterno.
Seguí el sendero bajo la sombra de los árboles que me susurraban tentaciones de todo tipo. Las ignoré, pero al llegar al cruce de caminos, vi a aquella anciana que, con una especie de viga, transportaba cual Mercurio todo tipo de enseres y reliquias. Era una vieja horripilante, el reflejo proyectado por la luna de una aciaga Graya. Sin dudarlo, decidí realizar algún hechizo de los que aprendí en la Orden y Proceso de la Estrella de Plata, pero, apenas lo hice, ella se volteó, se rió y dejó de ser una bruja horripilante para convertirse en una ninfa hermosa: tan solo la luz de la luna cubría la voluptuosidad de su desnudo cuerpo, seductor cual regalo de la madre Afrodita.


     Nuestros cuerpos se hicieron uno y disfrutamos de los placeres carnales durante horas, únicamente ungidos por el sudor de nuestra piel. Pero al alcanzar el clímax, ella se multiplicó, y pude verme rodeado por miles de ninfas de su misma talla y aspecto, multiplicando así mi gozo y mi éxtasis. El frenesí era tal que no me percaté cuando, en menos de lo que un parpadeo dura, pase a encontrarme abrazando y tendido sobre un horrible anfibio abisal, cuya piel resbaladiza destilaba un hedor insoportable a la descomposición de tiempos inmemoriales.


Sus tentáculos membranosos se retorcían a mi alrededor como sombras danzantes, mientras sus pinzas grotescas se cerraban lentamente, revelando una destreza macabra. Su rostro, una pesadilla encarnada, exhibía ojos que parecían contener la vastedad del Abismo y colmillos afilados que se curvaban hacia adelante como puñales en la penumbra. Yacía allí, una manifestación de terror primordial, un recordatorio inmisericorde de la insignificancia de mi existencia ante los juramentos que hice en Anatolia y en honor a Hécate.


     El horror fue tal que, al intentar separar mi cuerpo del de aquel ser, me encontré envuelto en sus jugos. Y es peor, pues ahora estaba rodeado de miles y miles de ellos, como ansiosos comensales aguardando su momento de tomar parte en el festín. Desperté sobresaltado, frente a la atenta mirada de Don Leopoldo, quien me dio un vaso de ginebra y, esperando una buena noticia, me preguntó con un tono inocente: "¿La viste? ¿Qué aspecto tenía?"


     A lo que yo respondí: “Con lo que mis ojos toparon fue con una abominación inefable... con un aborto adulterino, aciago y horripilante”. Su expresión, tras haber dedicado años tratando de volver a ver a su amada Petra, fue extraña; propia, quizás, de un hombre derrotado. De cualquier manera, creo que solo puedo definirla con la frase de Friedrich Nietzsche: 


“La satisfacción de un momento es la ruina del siguiente”.


Los Nombres Muertos

 LOS NOMBRES MUERTOS
POR RICARDO MEYER



 ”Y resulta claro, en el caso de la primera mujer, que tenía poca fe; pues cuando la serpiente preguntó por qué no comían de todos los árboles del Paraíso, ella respondió: de todos los árboles, no sea que por casualidad muramos. Con lo cual mostró que dudaba, y que tenía poca fe en la palabra de Dios. Y todo ello queda indicado por la etimología de la palabra; pues Femina proviene de Fe y Minus, ya que es muy débil para mantener y conservar la fe”.


* * *


     El único sonido que atestigua la desolación de mi alcoba es el compás del reloj ancestral de mi progenitor. El lecho, impregnado de humores y plagas provenientes de las tierras de Arabia, se entremezcla con la fetidez de los tomos arcanos y pestilentes que, hace ya quinientos años, deberían haber sido consumidos por las llamas purificadoras. No obstante, ahí yacen, en mi estantería, en mi tumba. Mientras el péndulo del reloj ancestral continúa su marcha inexorable, la desesperación me embarga, aunque siempre he morado en la desesperanza. Pues, por más que contemple aquel reloj, desconozco la jornada que transcurre, ignoro si la luz del día ilumina mi morada y tampoco tengo certeza si la hora que marca es la Verdad. De igual modo, me planteo la duda de si respiro en la vida o me halló absuelto de mis transgresiones en este averno, rodeado de los volúmenes malditos que murmuran nombres, nombres muertos.


     Medito sobre los variados semblantes que creo haber divisado a lo largo de mi existencia, ya sea ayer, antier o en un siglo olvidado. No tienen presencia, mi Existencia se ha desvanecido ante el paso del Tiempo. Los tomos, despiden un tufo pestilente y uno de ellos me susurra un nombre: "Mammon".

"The Groom" por Clive Barker


     Cuando el sueño se presenta y él deposita su beso sobre mí, experimento una leve melancolía al saber que he de reposar en aquel lecho que, de manera irónica, emula un sarcófago; ¿qué mejor modo de recibir el ósculo de Hypnos? Sin embargo, es en Sueño donde las tinieblas, las telarañas y el polvo de las repisas son suplantados por aquellas Tierras Esmeraldas, resplandecientes y eternas. En este paraíso, los nombres dejan de ser nombres muertos para convertirse en mis únicos amigos.

     Surco interminablemente las Tierras de Venus y me deleito con la compañía de Sueño, a quien ahora vislumbro como un par, en compañía de toda suerte de seres que, a semejanza de mí, les fue arrebatado el Tiempo. Hécate sonríe y nos sirve una variopinta amalgama de elixires. Y cuando menos lo espero, retorno a mi funesta realidad en la vigilia.


     El reloj del abuelo persiste como el único sonido que colma mi pútrida estancia. No fue sino hasta que me aventuré a hojear uno de esos volúmenes, específicamente aquel que me provocaba repulsión, no vergüenza, sino repulsión en cada uno de sus caracteres. Cada letra de cada página suscita en mí abominables náuseas, ni siquiera había abierto sus páginas. Al hacerlo, al azar, en una página en particular, mis ojos captaron las siguientes líneas, y en ese instante, el reloj ancestral de mi abuelo recobró su papel como el único sonido que colmaba mi pútrida estancia. Y dije, citando al temido y respetado Emperador Inmortal:

     La vanidad es un grillete. La vanidad impide desplegar las alas de la gloria. Todas las riquezas por las que compitieron Horus y Set, todas las tierras del mundo que osaron disputarse, todo aquello perdió cualquier valor para mí. Todo es fruto adulterino de la Tierra, todo es una impureza nacida de otra impureza. La bilis de Apep se derrama sobre aquello que el hombre valora y lo condena a la no-existencia.

No hay cosa más nauseabunda que la vanidad.



Bar Enosh

 BAR ENOSH
POR RICARDO MEYER



 

* * *


     El anuncio de la segunda venida fue recibido con fervor y expectación por todos. En el vientre de una joven se gestaba aquel que sería el redentor, el cordero inmolado. Sin embargo, el espíritu santo que lo precedió, en lugar de ser purificador, se había convertido en una esencia grotesca, el espíritu de la abominación y de los pecados de los réprobos.
"Daughterworm" por Clive Barker


     El día que el niño nació, todos en la congregación lo miraron con horror. No era el mesías esperado ni un salvador. Era una criatura grotesca, su piel era grisácea y sus ojos negros, los cuales, para aquellos que conocían los secretos del Talmud, sabían que representaban el reflejo de un alma negra, testigo de las atrocidades humanas.


     De su boca, la saliva era viscosa y negra, con un olor repugnante a fósforo y azufre. Su columna vertebral presentaba una extrañeza gigeresca que perturbaba a todos los presentes. Sin embargo, la profecía se había cumplido, aunque no como todos esperaban. Esta era la voluntad de Dios, ¿acaso se repetiría la historia?, ¿acaso el mesías moriría nuevamente a manos de los hijos del hombre? Tal aberración era una concepción abominable que no debía existir. La historia se repetía, y esta vez no había perdón, porque sabíamos lo que estábamos haciendo.


Perdurabo

 PERDURABO

POR RICARDO MEYER




"Nos detuvimos en busca de monstruos debajo de la cama cuando nos dimos cuenta de que estaban dentro de nosotros"

Charles Darwin.


* * *



     ¿Lo percibís? He engañado a mentes frágiles, tan fácilmente manipulables.

     Yago atado a grilletes de polvo blanco en los tobillos, que gravitan con cada Verdad... las arenas infinitas del Gehena serán mi sepulcro, y mi necedad, mi legado... Si existe un Dios verdadero, ruego su auxilio.

     Todo se inició en eras antiguas, creedme, detesto al Tiempo, y doy gracias a la Divinidad por haber extraviado mi percepción temporal. De lo contrario, aún me hallaría sumergido en aquellos abismos, buscando, pero me fue arrebatado el Tiempo, y no me aventuro a retornar a esos abismos. Cuando lo hice, al mirar lo que fui, desgarré mi semblante para vislumbrar mi verdadera faz.

    Si fuera un demente, podría afirmar que mi adicción a la morfina aligera mis temores a lo sobrenatural. Pero no, os contaré la auténtica verdad. No hay excusas. Soy un embustero; toda mi vida es una falacia. Las drogas apenas alivian mi corazón, más oscuro que el Da’at en Dzyan, turbado no por monstruos, demonios, ni el pueblo tcho-tcho, ni el Choronzon, ni Aquel que Aguarda Tras El Velo de Isis. Mi aterramiento proviene de ver lo que fui y olvidé, y aterra aceptar que soy más abominable que cualquier genocida o ser que haya existido. No merezco el perdón divino. Si encuentro a Tántalo en el Tártaro, después de tantos años victimizándome con psiquiatras sobre los traumas de mi época de interés por las artes ocultas, mereceré que pise y profane mi boca.

     Porque la verdad, no me atormenta lo que vi, ya que no vi nada. Pero sí hice muchas cosas, horrores que no admito y que prefiero enmascarar con metáforas, demonios y cultos. Pero la única Gran Bestia soy yo.

     Aun al contemplar mi rostro desollado, viendo mis arterias y mi sangre putrefacta circular en mi faz, con mis cuencas orbitando, vacías, fijándose en mí... puedo discernir que, aunque aún me niego, cada vez que me miro en el espejo, esos ojos hablarán. No podré ocultarlos, y ellos me comunicarán la Verdad, la Verdad que evado porque soy un cobarde: 'TU VIDA ES UNA MENTIRA'.







"PIG"

“PIG”

POR RICARDO MEYER


 

 

Tú, que incluso al leproso y a los parias más bajos

Sólo por amor muestras el gusto del Edén,


¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!


Baudelaire.




* * *



     En los pliegues oscuros de mi linaje, no hallaréis rastro alguno de las añejas costumbres que aquejan a las gentes rurales. Desciendo, por así decirlo, de aquellos colonos que, en su afán por hallar una nueva patria, sellaron un juramento inquebrantable con estas tierras. Mas en este rincón austral de Chile, hallábase una horda de individuos cuyos usos y tradiciones me resultaban execrables y brutales. Un cruel cóctel de sangre mestiza, producto de la fusión con los nativos, engendró una ralea de ignorantes dedicados a deleitarse en placeres efímeros, como el néctar ardiente del alcohol y el pecado seductor de las calles sombrías.

     Así pues, en estas festividades patrias, es ineludible observar cómo estas conductas viciosas se multiplican, especialmente en la vastedad del campo. La matanza de animales para los asados es una práctica común en estos tiempos, al igual que la embriaguez desenfrenada. No obstante, mi familia, abrazando la moral y la decencia, se mantiene impoluta en medio de la decadencia circundante. Mis vecinos, en cambio, verdaderos parias de la civilización, llevaban ya dos días consecutivos sumidos en una borrachera interminable y una orgía de depravación sin igual.

     De súbito, a uno de los más obtusos entre ellos, en medio de aquella bacanal de alcohol, le surgió la idea perversa de iniciar un juego macabro: "quién mataba primero al chancho". Así dio comienzo una escena dantesca y abominable; en lugar de abordar la tarea con la destreza de un campesino sensato, aquellos hombres se dedicaron a jugar con el pobre animal, propinándole crueles golpes de martillo mientras se tambaleaban en su embriaguez, tan solo para determinar quién lo apagaría primero. Los aullidos desgarradores del cerdo me oprimían el alma, un tormento insoportable que provocaba en mí un dolor profundo. Era una práctica completamente aberrante, ajena a toda razón y humanidad.

     Pasaron casi veinte minutos agonizantes, y el angustioso ulular del cerdo persistía en el aire. Afortunadamente, no tuve que presenciar la escena, aunque no podía escapar de los desgarradores sonidos que llenaban mi habitación. La impotencia me carcomía, y en ese instante, me vi forzado a recurrir a una práctica cuestionable, una que había jurado no volver a utilizar desde los tiempos de mis ancestros en Baviera, aunque en estos días ya no se considerara ilegal.

     Saqué el libro, que mantenía cuidadosamente guardado en una vieja caja archivadora. Me había prometido a mí mismo no retomar esas artes oscuras, pero sentí que no tenía otra opción. Realicé el encantamiento siguiendo las indicaciones del libro, empleando anís, frankincense y un trozo de carne de cerdo que encontré en el refrigerador. Luego, lo despaché en el cruce de caminos cercano a la residencia de mis vecinos ebrios, tal como prescribía el antiguo tomo.

     El día había transcurrido aparentemente normal después de aquel horrendo acto que presencié. Finalmente, lograron poner fin a la vida del cerdo, y yo, exhausto por la angustia, conseguí descansar en una breve siesta reparadora.

     Sin embargo, cuando desperté a las nueve de la noche, tuve que simular un sobresalto repentino, aunque ya conocía el macabro desenlace. El patriarca de mis vecinos, el execrable viejo Haro, se había arrebatado la vida con un revólver, y antes de cometer tal acto atroz, había disparado contra su primogénito. Por fortuna, el hijo menor logró escapar ileso y, al contar su espeluznante relato a las autoridades, proclamó: "¡Mi padre vio al cerdo, vio al hombre con cabeza de cerdo!".