Le tomó muchos años y un sinfín de ensoñaciones dar vida a aquel muñeco. Él había valorado el don que tantos despreciaban: el beso de Tánatos, en lugar de la caricia de su hermano Hipnos. No albergaba ninguna duda de que la conexión entre el sueño que había tenido y la creación de este muñeco, aunque carecía de coherencia en el mundo de la vigilia, poseía un significado etéreo que solo los artistas o aquellos que habían enfrentado las turbulencias y tribulaciones que él había vivido podían comprender.
Al observar las devastadoras consecuencias causadas por aquel horror procedente del interior de Egipto, el quien comprendía la naturaleza de los hijos de Nyx, no dudó en distribuir el muñeco con premura. Gracias a artes insondables que había descifrado de los Papyri Graecae Magicae, logró que Eros despertara pulsiones en aquellos que mereciesen el don. Sin embargo, ¿quiénes merecían el abrazo de la muerte en un mundo tan indiferente bajo el dominio del faraón negro? Su mente se volvió hacia los niños, las inocentes víctimas de este juego abominable. El muñeco se erigía como el último refugio de felicidad para ellos, un faro en medio de la oscuridad. Cuando se acurrucaban junto al muñeco en sus lechos, este les otorgaba el beso, y, guiados por la influencia de Hipnos, la muerte se les presentaba en sueños con una amistosa bienvenida, envolviéndolos en los brazos eternos de la noche.
"Man on Orlando's Cap" por Clive Barker |