Y en tanto Tánatos, cuya mitad de la cabeza estaba horridamente cercenada, dejando a la vista músculos y fibras del cráneo, buscaba arrebatarme la pulsión. Fue entonces que una extraña luz se manifestó en su rostro putrefacto, irradiando desde detrás de mí. Tan grande fue el terror de este ser primigenio, él mismo personificando la muerte, que se vio obligado a retroceder. El halo de luz se posó sobre mí, consumiéndome, mientras susurraba: "Vive".