Yule

  YULE

POR RICARDO MEYER





“Efficiunt Daemones, ut quae non sunt, sic tamen quasi sint, conspicienda hominibus exbibeant”.


* * *

En eras olvidadas, cuando la malignidad de la modernidad no carcomía las sombras más hondas de las almas inocentes, se alzaba con soberbia y aires de ferocidad aquella festividad que mi estirpe y mi pueblo veneraban antes de que las olas y los océanos de otras razas y naciones se entrelazaran en un único linaje. Aunque algunos perciban tal mestizaje como la norma y lo adecuado, yo anhelo, con fervor, en cada sueño que me asalta mientras duermo, el regreso a aquellos tiempos cuando éramos solo nosotros y nuestras arraigadas costumbres. Tiempos en los que la humanidad era auténtica, antes de que la maldad proveniente de Samaria, expandida por los romanos en ríos de sangre en tierras ajenas, se entrelazara con las tradiciones de otros pueblos que, al igual que los míos, sostenían sus propias creencias.

   No estoy siendo hereje ni anatema al afirmar que la ironía reside en el hecho de que aquellos mismos que nos impusieron la cruz admiten que el símbolo que nos impusieron es un emblema de muerte. Sin embargo, dudo que haya habido vida tras esa cruz, ya que en nombre de un carpintero analfabeto fuimos sometidos a laceraciones y tormentos en nuestros corazones puros sin comprender por qué condenaban aquello que siempre disfrutábamos con devoción, a nuestra propia manera. Mi pueblo huyó hacia el Nuevo Mundo, dispersándose en los rincones más australes y recónditos, entremezclándose con otros desterrados que compartieron la misma persecución, como soldados de diversas naciones que, unidos por la sangre derramada de sus ancestros, continúan compartiendo trincheras hasta el día de hoy.

Aunque El Ceremonial aún se celebra cada siglo como una tradición, vislumbramos con pesar que en esta era, donde las falacias de Roma se expanden como la peste bubónica que alguna vez asoló Europa para expulsar, justamente, a esos monjes, abadesas y santurrones, la plaga de Cristo se propaga por el mundo, expulsando y aniquilando a todos, pues, tal como proclama su profeta, todos somos iguales a los ojos de su dios. En nuestras trincheras, disfrutamos con deleite cuando El Hombre de Yule, engendro de la ira de Svarog y de nuestras gentes, vierte su sangre sobre la progenie de los seguidores ciegos de esta fe bastardizada. Utilizando los mismos métodos con los que ellos impusieron su cruz, El Hombre de Yule las arrebata, negándoles lo que ellos llaman vida para siempre.
 

Cuando lo sienten, sus mentes corrompidas son incapaces de discernir la esencia de los hijos del invierno y el sol. Por eso, me complace observar cómo El Hombre de Yule profana el seno de lo que ustedes consideran familia, deleitándose con cada gota de sangre derramada de sus vástagos. Con sus uñas, puede palpar esa sangre en vuestra carne putrefacta y senil, incluso cuando está fresca, sin desperdiciar ni un día sagrado durante la semana que dura El Ceremonial. Todo esto, como homenaje a los únicos y verdaderos dioses y señores de este mundo, que, aún en su muerte, sueñan y aguardan el momento de despertar para reclamar lo que les ha sido arrebatado.