Fragmento VI: Oblivion


 ¿Acaso trato de convencerme a mi mismo que esto no es un sueño? La irrealidad es mi sueño y a la vez lo único real. Razón y ser, el crimen de la consciencia, volverse demasiado consciente altera el umbral de la visión y es ahí cuando se vislumbra la Verdad, que es la cosa más alta y noble, a la que acudimos como bestias salvajes a lamerle las manos. Sin embargo, mi transgresión es apoteósica y al usar la razón aun no existiendo puedo ver como todo se desenvuelve en un ciclón de colores que me orientan a un vaivén de bucle entre el vacío y yo.

El Eterno Retorno

 EL ETERNO RETORNO

POR RICARDO MEYER

 

“El que tiene imaginación, con qué facilidad saca de la nada un mundo”

Gustavo Adolfo Bécquer.


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     Mis días se habían vuelto contra mí, y el mayor horror que sentía era despertar cada mañana y aceptar que estaba vivo. Había contemplado la belleza de la Venus de Hierro, había bebido el elixir de sus pezones de coral; ¿cómo podía ahora conformarme con vivir entre los mortales comunes? ¿Cómo podía haber caminado con el Rey Pelayo para luego compartir mesa con parias y obtusos? ¿Podían mis pies arrastrarse por el asfalto del mismo modo que se contraían al caminar por el desierto florido junto a Reccaredus Magnus? No, nunca más. Como una siniestra alegoría de la caverna de Platón, fui expulsado del Desierto de mis sueños para volver a esta burda realidad en vigilia. Señalo al cielo, ¡les indico a gritos dónde están las espirales! Pero ellos pasan de largo e ignoran la verdad, pues su mundo es en blanco y negro, el mío no; yo veo el mundo en una paleta de colores amarillo.

     Intenté aceptar mi realidad, caminar entre todos ustedes, pero cuando el Sol se apagaba, las luces de las estrellas muertas se volvían la lámpara que amparaba mi pútrida consciencia y me hacía volcarme a los versos sagrados del Liber Veneris:

“Te amo y esa es mi transgresión más noble,
Soy un forastero en tu santo cuerpo,
La conjunción de los cuerpos celestes no es tan majestuosa,
Como el secreto de nuestra pasión, ominosa y prohibida”.

     Ese fragmento del Canto XIV describe a la perfección lo que siento por la diosa, ¿cómo volver a ella? ¿Acaso debía ir a Cádiz? Me pregunté, ¿podían los Heraldos de la Penitencia tener la respuesta que necesitaba? Lo dudaba mucho, pues las hadas me susurraban que ellos habían olvidado el credo y que ahora servían a otros dioses que corrompían la divinidad de la Magna Mater, reemplazando los bellos pezones de coral blanco por el pelo de cabra negra mal cogida. Nadie más que yo entendía lo que estaba pasando, ¡miren al cielo!, se los dije cientos de veces, pero donde ellos veían nubes, yo veía las groseras y húmedas manchas de vapor que sofocarían a nuestras hijas en algún futuro si alguien no hacía nada.

     Fui al cementerio entonces, con grandes expectativas. Sabía que el Desierto se hallaba en las profundidades de la Tierra, pero que solo se podía acceder a él mediante la muerte de la consciencia, escupiendo la fruta del Edén que nos puso un escalón debajo de los dioses de Elysia. Treinta y tres noches dormí acurrucado a la lápida de mis padres, siendo el canto de las aves y el soplo del gélido viento nocturno la lira que acompañaba los treinta y tres cantos del Liber Veneris.

“Junto con Nerón y Tántalo nos sumergiremos,
en el fuego del Gehena y de nuestras transgresiones,
por eones, estaremos bañados del esperma de la vida,
de Aquel que corrompió nuestro ministerio”.

     Cuando me puse de pie, sentí el peso de la arena sobre mi cuerpo, ¿estaba en el Desierto ya? Miré a los alrededores, no lo veía, pero podía sentir el movimiento telúrico de Guhe’tak. Comencé a vagar lentamente. Las nubes, antaño un recuerdo del mundo que perdí, ahora estaban serenas y acompañándome en el camino. Caminé por horas sin ver a nadie, entonando los poemas que escribí en mi amarga infancia. Cuando vi las primeras flores supe que estaba de vuelta, ¡Apollyon! ¡Xastur! Grité a los cuatro vientos, entonces vinieron, uno a uno podía sentir los gritos de los dholes penetrar hondo en mi cabeza, ¡comencé a correr! Pero no podía evitarlos. Entonces vi el vacío, aquel abismo que a todos nos aguarda más allá del Chorazos. Sabía que aquel abismo me llevaría de vuelta a Agartha, donde podría beber de manantiales de aguas cristalinas y la leche de la diosa, estaba decidido a dejarme caer, pero cuando cerré los ojos, al volver a abrirlos vi a mi alrededor a la gente de Valladolid, estaba de vuelta en este mundo, me pedían que no saltara, yo ya no entendía nada, me sentía borracho, lloré con fuerza porque nuevamente aquel mundo de ensueño se me fue arrebatado. No salté, desde entonces ellos cuidan de mí. No sé dónde está mi copia del Liber Veneris, pero me prohibieron leerlo. No nos dejan leer nada acá, ni mucho menos proclamar los versos que he memorizado. Pese a todo, mantengo la esperanza de algún día morir realmente, abandonar este mundo y que ya no sea un sueño, acabar bajo tierra junto a los gusanos y que de este cuerpo carnal no quede nada más que la eterna devoción que siento por la Magna Mater Venus que nos da a elegir entre perecer o morir, indicándote que, de alguna forma, todos los caminos te llevan a besar sus pies y volverte uno de los mil hijos que son amamantados eternamente por sus pezones de coral.

 

La confesión

LA CONFESIÓN

POR RICARDO MEYER


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     Nunca he ocultado a nadie que simpatizo con lo oculto; solo no suelo mencionarlo porque no es algo de lo que me sienta orgulloso. Sin embargo, hoy he tenido una visión en el láudano y ya no puedo seguir ocultando el crimen que he cometido. Todo esto guarda relación con los sucesos ocurridos el pasado veintitrés de junio, cuando se halló, a las afueras de Valdivia, una cabaña con cuatro mujeres, todas prostitutas de profesión, y cuatro hombres, todos estudiantes de la Universidad Austral de Chile.

     Todos los cadáveres fueron encontrados en diferentes ubicaciones de la cabaña, en una postura que daba la impresión de que se hubieran quedado dormidos, cubiertos de una manta de terciopelo color violeta. El hallazgo fue realizado por el perro de un latifundista, quien hizo el llamado a las autoridades. Sin embargo, los medios de comunicación no han revelado toda la verdad de lo ocurrido, y yo tengo más que claro el porqué. La Agencia Nacional de Inteligencia (ANI), por otra parte, ha hecho una exhaustiva labor para opacar el caso y que no se vuelva un escándalo a nivel nacional, como lo fue el caso de Antares de la Luz.

     Hoy redacto esto con el objetivo de que la gente sepa cómo realmente fueron las cosas y, posteriormente, me entregaré a las autoridades para que ellas estimen lo que sea conveniente hacer conmigo. Poco me importa, pues mi alma es más libre que nunca y, aun estando entre barrotes, podré visitar a mis compañeros en Las Siete Hermanas.

     Mi primer acercamiento con La Sabiduría de las Estrellas fue en la Universidad, mientras cursaba primer año de antropología, carrera que abandoné muy poco antes de la noche del veintitrés de junio. Vi un afiche pegado en un mural de la facultad sobre un conversatorio que sería realizado por el Dr. Jordan Bowen, titulado “Razón y tiempo: el crimen de la consciencia”. El Dr. Jordan Bowen, conocido académico y erudito de la Universidad de Miskatonic, se encontraba realizando una serie de charlas por Sudamérica debido al reciente éxito de un ensayo que, según tengo entendido, escribió tras haber tenido acceso a la copia en latín del infame Necronomicón, albergado en la Universidad, de la cual ahora él era curador. Todo esto eran rumores, evidentemente, rumores de los que yo ya estaba al tanto antes de ver el afiche. Dije que yo tenía interés por lo oculto, y el nombre de Jordan Bowen no era desconocido para mí, mucho menos el Necronomicón. De hecho, la razón por la que entré a estudiar antropología es porque en su momento sentí que era lo que más podía acercarme a esos misterios de lo profano y lo divino que civilizaciones pretéritas a la nuestra habían comprendido y cuyo castigo había sido el olvido y la sepultura de sus tradiciones. Recuerdo con mucho cariño las clases de campo en Monteverde y alrededores, lugar donde se encontraron los restos humanos con mayor antigüedad, convirtiéndose en un hallazgo que ponía en cuestión la teoría de la población americana y muchas hipótesis más sobre el origen de nuestra especie. Estaba decidido a ir al conversatorio, pues me llamaba la atención la figura del Dr. Bowen y, si bien no había leído su ensayo, me atraía mucho la idea de conocer a alguien de su porte.

     El día de la charla, el Dr. Bowen fue más que puntual. Era un hombre maduro, de cabellos grises y ojos azulados. A pesar de ser norteamericano, no hubo necesidad de un traductor, pues hablaba un español perfecto, aunque con un acento algo italianizado. La charla comenzó con una breve presentación de una diapositiva en la cual se nos mostraron fragmentos de las Escrituras de Ponapé, que nadie pudo entender del todo. Me sorprendió que un hombre como el Dr. Bowen conociera al escritor y ocultista chileno Miguel Serrano, a quien hizo referencias constantes para tratar de explicar lo que dichas escrituras decían sobre la perdida Lemuria, de la cual, según sus propias palabras, nosotros, los habitantes del Chile Austral, éramos dignos herederos. Decía que, estando tan alejados de la “pútrida modernidad”, manteníamos la esencia espiritual de los superhombres de antaño, que alguna vez los norteamericanos de la costa este tuvieron con los hombres de Hiperbórea, pero que la inmigración y la modernidad corrompieron por completo.

     La charla prosiguió explicando diferentes fragmentos del Bhagavad Gita en relación al Kali Yuga y la influencia que ejercía sobre nosotros. Posteriormente, explicó que la desaparición de las civilizaciones que antaño habitaron Lemuria fue porque se volvieron demasiado conscientes, y esto, a ojos del cosmos, era un crimen. A este punto, la charla me parecía un popurrí de un sinfín de tradiciones esotéricas, pero me atraía demasiado. Prosiguió explicando a qué se refería con los hechos ocurridos en el Libro del Génesis de Adán y Eva, diciendo que antes el hombre podía percibir el mundo como un dios, libre en tiempo y espacio, pero que, tras comer del Árbol del Conocimiento del Bien y el Mal, se nos concedió uso de razón, se nos concedió una consciencia y comenzamos a cuestionar todo, cuando antes no lo cuestionábamos y solo lo sentíamos. Se nos dio la noción del tiempo, del bien y del mal, y comenzamos a sentir una necesidad de darle atributos y significado a cada cosa que existiese en lugar de solo sentir su esencia, que era como lo veían los dioses.

     Al salir de la charla me sentí completamente extraño. En parte tenía razón, pero si alguien se comportase en este mundo como alguien “sin razón”, irónicamente, sería tachado de loco, lo cual me hizo entender la frase de “perder la razón” de una forma que no había asimilado antes. El ensayo del Dr. Bowen se titulaba “Transconsciousness for human species beyond Xoth” y estaba a la venta a la salida del auditorio. Me hice con una copia, dispuesto a leerlo para entender más la mente de aquel hombre cuya dicción y conocimiento tanto me habían fascinado.

     El libro voló mi mente, con símbolos que nunca antes había visto y que habían sido asimilados de diferentes textos guardados por la Universidad de Miskatonic, tales como las Tablillas de Zanthu o algunos tomos esotéricos de Friedrich Wilhelm von Junzt, junto con algunas referencias a su desconocido ensayo “G’thuu and K’n-yan, occult power places and their functions for the human race”. El libro cerraba con un símbolo diseñado por el Dr. Bowen al que llamó “La configuración de las Siete Hermanas”, el cual estaba conformado por distintos símbolos geométricos y daba la impresión de ser una especie de mapa codificado, cosa que descubriría más tarde por mi cuenta.

     Los días que siguieron me dediqué a averiguar más de La Sabiduría de las Estrellas. Noté que fue perseguida y condenada en el siglo XIX, pero que recientemente, con el auge de la libertad de expresión y libertad de culto, el grupo había sido reformado y todas las acusaciones de desaparecidos habían sido desmentidas, acusando a una campaña del terror realizada por autores de ciencia ficción como Howard Phillips Lovecraft o Robert Bloch. Me inscribí para recibir instrucción de la organización por correspondencia y en tres meses recibí por correo mi paquete de Neófito, el cual contenía un pequeño librillo con la práctica diaria que debía realizar por los próximos seis meses, incluyendo la autoiniciación final, y una copia del Necronomicón revisada y editada por el Dr. Enoch Bowen, familiar directo de Jordan Bowen y fundador de la original Sabiduría de las Estrellas.

     Los siguientes seis meses pasaron volando. No fallé a ninguno de los ritos astrológicos de la práctica diaria y tenía una rutina de lectura del Necronomicón, y el momento de la autoiniciación había llegado. Logré convencer a otros cuatro compañeros de la Universidad para inscribirse en la orden conmigo, habiendo ellos estado en el conversatorio de Bowen también, y cuando los cinco habíamos ya realizado las tareas iniciales de Neófito, estábamos dispuestos a realizar una autoiniciación grupal al Segundo Grado en una cabaña en las afueras de Valdivia, y ahí es donde comenzó mi pesadilla.

     Tuvimos que reunir a cuatro mujeres, y como ninguno conocía a ninguna, tuvieron que ser prostitutas. El Manual del Neófito especificaba que debían tener sangre indígena, pues esto arraigaba sus registros akáshicos con civilizaciones primitivas y serían idóneas para engendrar al hijo de la luna, aquel que se volvería nuestra proyección en Las Siete Hermanas. Le dimos el láudano preparado a las cuatro prostitutas. Johann y Klaus compartieron a una, al ser estos gemelos, y el resto quedó repartido entre nosotros. Nos aseguramos de que la estrella de Xoth se proyectara correctamente por la ventana, tal como lo especificaba el rito, y nos dispusimos a consumir la píldora de Liao. Sin embargo, me acobardé y, al momento del coito interruptus, no consumí la píldora. Me sentí tan cobarde en aquel momento que, para al menos espantar a los sabuesos durante la ascensión de mis compañeros, recitaría ciertas letanías de Yog-Sothoth que había en el Necronomicón de Bowen. Luego de eso, no recuerdo nada, solo colores y olores, como una siniestra sinestesia. Mis compañeros yacían muertos junto a las prostitutas, quienes dormían producto del sexo y el láudano. Al ser yo el único sobreviviente, sabía que sería cómplice de suicidio asistido. No quería dejar cabos sueltos, y las prostitutas despertarían en cualquier momento, por lo que rogué a los Antiguos por alguna solución y no me quedó otra que darles una sobredosis de láudano a todas, teniendo que usar la fuerza en algunas que notaron mis acciones. Cuando todo estaba listo, decidí acomodar los cuerpos en postura ritual, para que las autoridades creyesen que dichas mujeres solo estaban siendo participantes de un rito. Abandoné la cabaña y me dirigí a la ciudad, donde empaqué para ir a esconderme a la capital. En ese entonces, ya había abandonado los estudios y no era sospechoso a ojos de nadie, pero la primera noche de sueño vi a mis compañeros y, desde entonces, ellos han estado conmigo.

     Estábamos los cinco juntos. Sus cuerpos eran el epítome de la evolución estelar, podían pasear por el cosmos con total libertad ahora y completamente libres del castigo de Tíndalos. Ellos sintieron que yo sentía envidia y se alejaron. No quería que se alejaran, quería viajar con ellos, pero advirtieron que todo esto había sido parte del plan de La Corte para que ellos sean las estrellas que, en su rumbo, se alineen para el despertar de los Grandes Antiguos. Mientras se alejaban a Las Siete Hermanas, miré con lágrimas la bóveda celeste sabiendo que pude haber sido parte de aquel gran resplandor estelar que evocaba aquella Configuración. Desperté sollozando y, desde entonces, nunca más fui el mismo.

     Los días pasaron y los cuerpos se encontraron, dando todo tipo de acusaciones a ciertos grupos neonazis y new age de la zona, pero nada en concreto. Por otra parte, la Policía de Investigaciones realizó una rueda de prensa donde atribuyeron todo esto a excesos universitarios y nada más. Pero bien sabía yo que la Agencia Nacional de Inteligencia estaba al tanto de que yo, como miembro de La Sabiduría de las Estrellas, estaba detrás de todo esto y no quería comprometer a la orden, y mucho menos al maestro Bowen.

     Los siguientes meses los pasé en la capital trabajando en un centro de reparaciones de computadoras para ganarme la vida, viviendo en un piso barato y haciéndome con la mayor cantidad de libros esotéricos posibles. Debía haber alguna forma de realizar el ritual de nuevo y estar con mis hermanos. Sin embargo, la lectura prolongada del Necronomicón de Bowen empezó a producir daño en mi mente; lo podía notar porque las caras que veía en la calle no eran humanas, pero con un parpadeo volvían a serlo. Mis sueños se tornaron en pesadillas, donde el Gran Maestro era enjuiciado por los errores de un simple Neófito como yo.

     Antes de entregarme a las autoridades, solo quiero decir que tengo total responsabilidad de lo ocurrido y que el Dr. Jordan Eric Bowen en ningún momento me obligó a hacer nada, y que todo fue orquestado por mí mismo y nadie más. Mi salvación en tus manos, Yog-Sothoth, dios de las tinieblas. ¡Iâ Nga Ygg!

     Raimundo Oberreuter S. 10 de diciembre de 2020


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     El presente texto se ha tomado de la declaración de Raimundo Oberreuter tras entregarse este a la justicia chilena y ser puesto en prisión preventiva. Se ha decidido su divulgación entre los posibles interesados, dadas las singulares circunstancias de su fallecimiento.

     La noche anterior a que fuese llamado a juicio, fue encontrado muerto en su celda. El análisis forense identificó una serie de lesiones que parecían insinuar que había sido fulminado por un rayo. Los guardias confirmaron que había habido tormenta poco antes de descubrir su fallecimiento, pero que igualmente era extraño, ya que tan solo podría haber entrado por la ventana de la celda, cuyos cristales se encontraban intactos.

     La única evidencia que se pudo conseguir al registrar la celda fue un fragmento de texto plagado de fórmulas e iconos, apuntados de puño y letra por el finado. Entre ellos se destacaba un diagrama identificado como la “Configuración de Las Siete Hermanas”, así como ciertas frases en las que se hacía alusión a diversos dioses. Los más frecuentemente nombrados eran Nyarlathotep, Azathoth y Yog-Sothoth, sumados a menciones marginales a Shub-Niggurath y el Magnum Innominandum. Los especialistas han sugerido una conexión o patrón al compararlo con otros casos de lo que podrían denominarse “cultos terroristas”. El testimonio y el texto que el Sr. Raimundo redactó son, por el momento, una de las pocas evidencias de una presunta trama que, por el momento, debe mantenerse bajo confidencialidad para evitar la incitación a una histeria colectiva. El Dr. Jordan Bowen, profesor de la Universidad Miskatonic, se encuentra bajo vigilancia por parte de la Fundación, aunque se carece de indicios para vincularlo con lo ocurrido. Tampoco es posible probar su presunta vinculación con los altos mandos de la rama moderna de la secta de La Sabiduría de las Estrellas.

     Como medida cautelar, se ha enviado una solicitud al gobierno de los Estados Unidos de América, solicitando que se detenga la producción del Necronomicón de Bowen, así como una selección de ciertos libros que figuran junto a él en el catálogo de la Starry Gate Press.