Cai-Cai

CAI-CAI

POR RICARDO MEYER

 

 

 

"No es verdaderamente valiente aquel hombre que teme ya parecer, ya ser, cuando le cuadra, cobarde”.

Edgar Allan Poe


 

* * *

 


  Siempre fui objeto de burlas y desprecio en la Escuela, todo por mi apellido indígena, mi tez oscura y el hecho de carecer de un apellido paterno. Mi madre, con su voz serena y sabia, me instaba a ignorar las crueles palabras, recordándome que mi linaje poseía una herencia ancestral arraigada en la ñuke mapu misma, algo de lo cual debía enorgullecerme. Para mí, resultaba absurdo que un apellido pudiera conferir prestigio, ya que consideraba que mi valía como individuo se sostenía en mis logros y virtudes. En la Escuela, destacaba por mis sobresalientes calificaciones y por haber ganado varios concursos de arte a nivel regional, entre otros logros positivos. A pesar de ello, siempre estaba aquel chico extraño. Si bien poseía un apellido prestigioso del cual se valía para humillar a otros, demostraba una inteligencia comparable a la mía, su semblante oscuro y su aire misterioso lo envolvían en una atmósfera inquietante. La gente sabía que no era nativo de la isla, pero él y su familia ya llevaban un tiempo residenciados acá. Era supersticioso y mostraba una extraña fascinación por las leyendas locales, especialmente aquellas más lúgubres y misteriosas.

  Todo adquirió un tinte ominoso cuando, en un ataque de obsesión, comenzó a hostigarme con una serie de preguntas sobre mi apellido y mi padre. Le dije que mis dos apellidos eran los de mi madre, omitiendo el apellido como tal por miedo a sus burlas, y que desconocía por completo la identidad de mi padre. Fue entonces cuando sus deducciones irracionales comenzaron a fluir, hablando sobre mi color de piel, mi cabello, mis ojos y hasta "mi olor corporal". Aquella conversación fue inquietante e incómoda, y aunque su actitud parecía más la de un demente que la de un individuo sano, había algo en su discurso que me inquietó profundamente, como si ocultara un secreto de oscuros presagios.

  Esa misma noche, el manto de sueños siniestros se cernió sobre mí, llevándome a un encuentro onírico con mi padre. Nos hallábamos juntos en un bosque sombrío, encaramados en un árbol, mientras una enigmática y apuesta jovencita cruzaba por allí. Un encuentro turbador se desató cuando mi padre la sumió en un estado de confusión y desasosiego, aunque los detalles se desvanecieron en la bruma de mi memoria al despertar.

  Al amanecer, en la Escuela, las miradas furtivas y los susurros ocultos entre los estudiantes me alertaron sobre una extraña aura que me rodeaba. Finalmente, una de las chicas, aquella por la que sentía un inconfundible afecto, se acercó y pronunció las palabras que desencadenaron un torbellino de emociones en mi alma: "¿Es verdad que eres hijo del Trauco?". Mi corazón se heló y las palabras se atascaron en mi garganta, sin saber cómo responder exactamente a aquella pregunta o "afirmación". Todo lo que había asimilado hasta entonces tomó una perturbadora forma. Era hijo del Trauco... Mi madre siempre había velado por ocultarme esa verdad inquietante, cómo culparla, ¿cómo podría decirle a su hijo que su progenitor era una criatura grotesca que acechaba a mujeres para engendrar a su descendencia impía? Mis emociones estallaron, y en un intento de escapar de la abrumadora realidad, pedí permiso para retirarme temprano alegando un dolor de estómago.

  Una vez en casa, junto a la cálida estufa, observé la mirada de mi madre, como si supiera que la verdad había salido a la luz. En ese momento, sus lágrimas fueron testigos de una confesión angustiosa, desvelando toda la macabra historia que envolvía mi concepción, una narración que me perturbó de tal manera que no tengo interés en relatar.

  Al día siguiente, regresé a la Escuela, resignado, pero extrañamente tranquilo. Me acerqué a Ricardo y le pregunté con cierta solemnidad si poseía más información sobre mi padre. Una risa burlona brotó de sus labios mientras me respondía: "¿Deseas conocer más sobre tu padre, huacho? Te lo revelaré."

  “Su origen es incierto, aunque se dice que sería un hijo de la serpiente mítica que los indios como tú llaman 'Caicai'. Los sabios, por su parte, sostienen que está vinculado a Yig, nacido de la conjunción de la rabia que esta serpiente siente hacia los seres humanos y la ingratitud que muchos hombres demuestran hacia el mar”.

  Una amalgama de sentimientos se arremolinó en mi interior, pero, por primera vez, sentí que mi linaje, por más grotesco que fuese, me confería un prestigio inaudito y singular. Me hacía especial, diferente de una manera sombría y misteriosa. Ahora, quizás, obtendría el respeto que antes me era negado. En ese momento decidí abrazar mi ominosa herencia.

  Nunca he puesto mis ojos sobre mi padre, pero intuyo que, al igual que con mi madre, debió haber engendrado más como yo. Ya no soy solo un indio más del montón, sino un ser tocado por el enigmático destino, portador de una marca primigenia y malévola que ya había visto en las brumas y la espuma en los muelles que tantas veces frecuenté. ¿Acaso soy bendecido o maldito? Las sombras me susurran secretos insondables mientras me sumerjo en la intrincada oscuridad de mi linaje... el linaje de los réprobos...el linaje de la serpiente.