Quid pro quo

QUID PRO QUO

POR RICARDO MEYER

 

 

 

"El mal nunca reposa: se está gestando, nuestra condena yace en nuestro pasado, en los pecados de nuestros antepasados, que no se ríen del Diablo porque también sería burlarse de Dios. El precio de levantar el velo y vislumbrar el rostro de Pan es elevado y es real”.

Arthur Machen

 


* * * 


     Lenka Moretic tuvo una infancia difícil, como cualquier croata que no sabe cuál es su patria. Sin embargo, se sentía feliz de poder haberse asentado en una de las muchas islas al sur de Chile. Había comprado una pequeña casa en un pueblo de esos que pareciera que ya no existen y había iniciado un emprendimiento vendiendo papelería y otros artículos de oficina. Era muy bien recibida por los vecinos, quienes en su ignorancia pensaban que por ser extranjera era de “clase alta” o tenía “prestigio”.

     Había escrito un par de novelas de amor en su juventud en Yugoslavia, pero a pesar de que las exhibía en su tienda, nadie las compraba ya que la gente de esos lares mostraba carencia de interés por la literatura en general. Un jovencito, bastante joven en verdad, solía acudir a la tienda de Lenka en busca de papel y diferentes artículos de oficina. Este muchacho era algo extraño, no aparentaba más de dieciocho años, pero su forma de vestir era la de un anciano de la aristocracia. Tenía frente amplia y una piel pálida y esquelética. Lenka nunca vio maldad alguna en aquel joven, pero sentía curiosidad sobre su vecino.

     Un día fue a la tienda de abarrotes local y vio que aquel joven había comprado muchos tarros de café, al irse, Lenka preguntó a la cajera por el muchacho. Esta manifestó temor de inmediato, le dijo que hay cosas que Dios prefiere no hablar. Esta frase le causó algo de perturbación a Lenka, sabía que la dueña de esa tienda de abarrotes era adventista y muy creyente en Dios, pero no entendía cómo un simple muchacho podría hacerle decir una frase tan profunda.

     Una vez que el muchacho fue a la papelería, que sería la última vez que iba, Lenka decidió iniciar conversación ya que ya había venido otras veces y no le pareció desubicado conversar. Le preguntó a qué se dedicaba, a lo que él respondió tartamudo y algo nervioso: "ayudo gente". Lenka quedó intrigada ante eso, le dijo que lo invitaba a tomarse un café ya que ese día estaba lloviendo y porque, a pesar de todo, eran vecinos. El muchacho accedió.

     Una vez dentro, el muchacho cambió su semblante por uno bastante extrovertido, al verse fascinado por la cantidad de objetos que Lenka trajo de Europa del este. Lenka fue hablándole poco a poco de las diferentes características de los objetos que tenía, el joven mostró modales y prestó atención en cada detalle. Lenka lo hizo pasar a su despacho, donde tenía sus libros. En este momento, el semblante del joven rayó en el desquicio al verse ante tan amplia biblioteca de tomos de tapa dura. A pesar de que la gran mayoría estaban en cirílico, había uno que el joven reconoció sin siquiera ver la portada.

     La reacción del muchacho fue bizarra y algo violenta, comenzó a ofrecerle a Lenka sumas de dinero elevadas por ese libro. Al inicio, la forma del regateo parecía normal, pero poco a poco fue tornándose hostigante y obsesiva. Lenka, sin intención de mostrar malos modales, le seguía la conversación, pero estaba muy incómoda. Finalmente, cuando el muchacho se fue, le dijo que reconsiderara lo del libro, ya que a pesar de que estaba en su biblioteca, a ella no le pertenecía.

     El muchacho se fue y cuando Lenka quedó sola, se preguntó qué cosa había atraído tanto a ese joven por ese libro. Fue a verlo, no recordaba aquel volumen en su colección, le pareció extraño y sentimientos similares al déjà vu le vinieron a la mente. El libro era de bolsillo, estaba estampado en un cuero barato y en la primera página figuraba con la típica imprenta del siglo XIX el título "Occulta Cogitationum Liber". Lenka asumió que era latín, pero el resto del libro estaba en lo que parecía ser un dialecto alemán. Comenzó a hojearlo, sintiendo un asco y tristeza que el libro le transmitía. Las páginas no tenían ilustraciones y parecían estar escritas en verso, por lo que pensó que era un poemario. Aun así, página tras página, Lenka fue sintiéndose cada vez más incómoda, observada y asqueada.

     Un día, Lenka descubrió donde vivía el muchacho en un paseo que decidió tomar por el pueblo. Era una casa en lo alto de un pequeño terreno montañoso, con una entrada amplia y un portón negro. La casa parecía estar alejada de las demás casas que carecían del estilo teutón de esta. Lenka inmediatamente recordó el libro y sintió un impulso en llamar al timbre. Cuando estuvo a punto de hacerlo, una visión sagaz la perturbó por completo. En lo que pudo haber sido un segundo, pero para Lenka fue una eternidad, se vio a sí misma sumida en una habitación oscura inundada por olores que podía ver y sonidos que podía tocar, todos estos eran asfixiantes y repulsivos.

     Había distintos artefactos que parecían ser de un calabozo, así como algunos frascos para química de los cuales emanaba un olor repugnante. En ese momento, Lenka se encontraba en un estado de total confusión y desesperación, no sabía cómo había llegado ahí. El muchacho apareció de entre las sombras, pero era diferente. Vestía un traje típico de la nobleza alemana y austríaca del siglo XX y la presencia de Lenka era casi invisible. El muchacho tomó un libro que se encontraba ahí, era el libro que poseía Lenka, en ese momento se dirigió a donde ella y leyó uno de los poemas que ahí se encontraban en un castellano perfecto:

Del cielo y el infierno surgen secretos,
Por razas mestizas, profanados son.
¡Iä! Mater Khthonia, oscuros y selectos,
Telúrica condena, ejerce su pasión.

Castiga al fellá, oh Anh-Ohd, sin tregua,
Yr Nhhrgr, Yr Nhggr, que las tinieblas crezcan,
Que en sombras etéreas sus almas se anegan,
En abismos ancestrales sus seres perezcan.

     En ese momento, la visión de Lenka se distorsionó, y un sinfín de imágenes de extraños seres y extrañas civilizaciones parecidas a sacadas de otro mundo pasaron por su mente, y finalmente se desvaneció.

     Lenka despertó en una cama de hospital, aturdida y confundida por lo que había experimentado. En su ficha clínica, se registraba que sufrió un ataque epiléptico y fue encontrada por una familia a las afueras de su residencia, en medio de una lluvia torrencial, quienes alertaron a la ambulancia. Pero desde aquel episodio, Lenka ya no era la misma; se había perdido en una realidad distorsionada. Los médicos la calificaban de catatónica, mientras ella se sumergía cada noche en aquellos mundos habitados por los seres que aquella visión catastrófica le había revelado. Se repetía el extraño poema, como una letanía, y con el tiempo, adquirió un conocimiento cada vez más profundo del significado de esas palabras.

     Después de muchos meses de intensos esfuerzos por parte de los médicos, Lenka fue dada de alta y regresó a su hogar. Sin embargo, al entrar, se encontró con una escena desoladora: el lugar estaba inundado por un polvo blanquecino y un aire espeso, que le provocó náuseas. Aunque tenía el libro de su visión, decidió dejarlo en su lugar.

     Un día, una criada vestida con ropas veliches se acercó a la papelería de Lenka, portando un mensaje en una nota.

 

      Estimada Srta. Moretic:

     Es con profundo pesar que me dirijo a usted para expresar mis más sinceras disculpas por el infortunio que ha experimentado en mi laboratorio. Reconozco que las personas de su procedencia pueden tener sus creencias y supersticiones arraigadas, y lamento si mi enfoque científico y riguroso resultó perturbador para su sensibilidad.

     En mi afán por asistirla, traté de ofrecerle ayuda, como pudo haber observado, pero comprendo que nuestras diferencias culturales y perspectivas pueden haber llevado a una incomprensión lamentable. Fue con la mejor de las intenciones que solicité la intervención de las autoridades para garantizar la protección de ambas partes involucradas.

     Por favor, permítame expresar mi deseo más sincero de que, sin ánimo de ofender, se retire de mis tierras. Mi interés reside en mantener la armonía y el equilibrio en este lugar, y considero que una distancia prudente entre nosotros podría evitar futuros conflictos. Le ruego, en todo respeto, que decida partir a la brevedad.

     Con respecto al libro en aklo, queda en su completa libertad decidir su destino. No deseo ejercer influencia alguna sobre su elección al respecto. Mi única solicitud es que, al marcharse, se lleve consigo todo aquello que le pertenezca.

     Le reitero mis disculpas si mi mensaje previo pudo haber sonado intimidante, lo cual nunca fue mi intención. Anhelo que esta misiva sea recibida como una invitación a la paz y al entendimiento mutuo.

     Con el mayor de los respetos,

     Ricardo II de Bavaria

 

     Al leer la nota por última vez, Lenka se sumió en una profunda despersonalización de la realidad misma. Cuando finalmente volvió en sí, sintió una urgencia incontrolable de entregar el misterioso libro al muchacho en cuestión, lo cual hizo por correo postal. Sin demora, empacó todas sus pertenencias y llamó a su hermano, quien residía en la capital. Acto seguido, compró un boleto de avión, sin importarle la hora ni el día, solo ansiaba abandonar la isla cuanto antes.

     Pese a encontrarse lejos de esa austral tierra, Lenka jamás recuperó su antiguo ser. En sueños, era asediada por seres portadores de una inquietante marca, y en cada pesadilla, vislumbraba al Barón Apostata, quien se había convertido en el amo de su mente, el causante de su tormento. El libro, del que aquel joven le advirtió que no le pertenecía, había desaparecido de su vida, al igual que cualquier rastro del pasado. Por obra del destino, su viaje la llevó a esos parajes australes en busca de una nueva vida, pero sin saberlo, la estirpe de Nerón la había condenado a perpetuos sueños en mundos de locura, donde la esperanza se desvanecía con cada amanecer.

     A pesar de todo, Lenka aferraba la esperanza de despertar y liberarse de la oscura influencia que la atormentaba, anhelando que todo llegara a su fin. Pero, en lo más profundo de su corazón, sabía que el sello de los Antiguos Dioses y el inquietante Duque de Bavaria la perseguirían hasta el fin de sus días.