EL COLECCIONISTA DE PIELES
POR RICARDO MEYER
¿Con qué objeto me instruí yo en todos los ramos de los conocimientos humanos, me ensayé en todas las artes, no poseyendo una encantadora mujercita?
Leopold von Sacher-Masoch, “La venus de las pieles”
Todo parecía marchar según lo planeado, y de hecho, así era. Sin embargo, lo observaba con odio mientras él se enfundaba en el traje que pertenecía a la adolescente de la noche anterior. Yo, por mi parte, me veía obligado a usar el atuendo de un maldito gato, ya que el del infante resultaba demasiado estrecho para mi comodidad. Aunque disfrutaba de la extrañeza de la situación, era incómodo para lo que estábamos a punto de hacer. Este desgraciado tenía una colección impresionante de trajes; a diferencia de mí, que prefería las esculturas y los muebles, él demostraba su devoción al arte de una manera diferente, aunque compartiéramos la misma falta de discriminación cuando se trataba de nuestras creaciones.
Con nuestros disfraces ajustados, noté cómo la piel de la adolescente se ajustaba mejor a mi amigo. Aquello me complació en cierta medida.
Iniciamos nuestro macabro recorrido, dispuestos a recoger golosinas junto con los demás niños en esa fría noche de Halloween. Era sumamente satisfactorio ir de casa en casa, observar a toda clase de personas: ancianas (ya sabes cuánto me fascinan), padres de familia, niños y convalecientes.
Al llegar a nuestro escondite, arrojamos los dulces sobre la mesa y nos lanzamos sobre ellos, mi amigo y yo, sumiéndonos en el éxtasis de la carne. Pero esa noche, anhelábamos algo más que los sabores dulces de los caramelos. Buscábamos algo empalagoso, algo agridulce, algo que trascendiera los placeres comunes de la carne.