El dilema de Crono y Odín

 EL DILEMA DE CRONO Y ODÍN

POR RICARDO MEYER


“El sabio querrá estar siempre con quien sea mejor que él”.

Platón

 

* * *

 

Siempre he mantenido una relación ambigua con el Tiempo, una mezcla de amor y desdén. Sin embargo, una verdad inquebrantable se erige: el Tiempo siempre está de mi lado, incluso cuando parece conspirar en mi contra, pues es en esos momentos donde se halla el verdadero aprendizaje.

Fueron meses los que permanecí extraviado en el Sueño de Pnakotus, encontrando refugio en la morada de concubinas y rameras que se convirtieron en el objeto de mi devoción. En la Vida, solía estudiar las antiguas tradiciones de la prostitución sagrada y anhelaba, algún día, despertar de ese Sueño para rendir el debido tributo a la diosa Ishtar. Pero el Tiempo me comprometía, y, por ende, debía seguir soñando. Más de una vez me hallé en el Tártaro, donde pude entablar un diálogo franco con Crono. De él aprendí que mis más oscuros demonios, aquellos que en Vida llamaba compañeros y amigos, no eran sino el maquiavélico reflejo del primer sorbo de mi muerte. Crono me advirtió sobre la envidia y cómo esta consumía el Tiempo desde cualquier perspectiva. Observó cómo la envidia cubría mi espalda como un manto, volviéndola vulnerable ante los sicarii. Al desprenderme del manto, rogué por más consejos, pero fui rechazado completamente por el titán. Una sensación de inseguridad invadió mi cuerpo desnudo en aquellos terrenos del Inframundo, y cuando quise volver a usar el manto, lo encontré manchado y viejo, como los estropajos con los que las camareras limpian las mesas de las cantinas.

Al abandonar el Tártaro, transcurrieron pocos días antes de que mi cuerpo sintiera los fríos de Dylath-Leen y se empapara con el agua de las tormentas, mientras la tierra muerta se colaba entre los dedos de mis pies. Aun estando completamente expuesto, nadie se me acercaba. Me había convertido en un paria y, de algún modo, había perdido todo valor ante los hijos de las Keres, quienes no mancharían sus puñales en un pordiosero que poco tiene que ofrecer más que su cuerpo desnudo.

Cierta noche lluviosa, mientras intentaba dormir acurrucado con un gato errante, un pequeño cuervo voló desde el Elíseo, aterrizó y comenzó a beber del agua acumulada en un pozo dejado por la lluvia. No dejaba de mirarme y yo tampoco a él, pero bastó un parpadeo para que desapareciera, dirigiéndose hacia las montañas de las cuales emergiera el arcoíris una vez cesara la tormenta, encaminándose hacia Asgard. En ese instante, un gran sopor me invadió y supe que, al despertar, la tormenta habría pasado. Sin embargo, no pude conciliar el sueño eterno, pues una gran brisa me arrastró hasta la orilla del Vacío y mi alma y cuerpo desnudo quedaron expuestos al Ojo del Da’at. En ese momento, intenté no pensar en nada más, solo dejarme ir y caer, pero cuando solté mi mano de la orilla, un anciano la tomó y, con la fuerza de un gigante, me llevó a tierra firme. Me sacudió el polvo y me vistió con harapos, luego me sentó y esperó a que recobrase mis sentidos. No pude evitar preguntarle si había sido enviado por El Enemigo, pero este respondió que él se encontraba realizando un peregrinaje más allá de sus tierras, cruzando el arcoíris. Tras observar al anciano con mayor claridad, noté que le faltaba el ojo izquierdo y en ese momento comprendí que estaba ante el mismísimo Odín. Él me dijo que me había visto en Dylath-Leen y había notado que me había despojado del manto de la envidia. Luego, preguntó: "¿Lo hiciste porque Crono te lo advirtió o porque entendiste el mensaje? No es lo mismo obedecer al mensajero que al mensaje. Sé que el Tiempo enseña, pero ¿entendiste el Misterio?". En ese instante, clavó sus uñas en mi ojo derecho y profirió: "Llevas mucho tiempo dormido, la realidad te espera al otro lado y yo te observo siempre. Volveremos a vernos". Arrancó mi ojo derecho y caí al suelo derramando sangre, para finalmente despertar de golpe en mi cama, con mi gato acicalándose a mis pies.

Luego de haber estado sumergido en el sueño de mi antigua raza, la Vida ya no era igual para mí. Solía encontrar placer en los días de lluvia, pero no siempre se me permitía ver el arcoíris. Más de una vez, desesperado por un refugio, intenté regresar al Sueño de Pnakotus, pero me era imposible; solo veía oscuridad y nada más. Meditaba todos los días sobre el Misterio que Crono me había revelado y que, según Odín, yo no había comprendido. Simplemente había obedecido al mensajero, pero no había asimilado el mensaje. Ahora escribo este texto con la esperanza de que alguien pueda ayudarme, aunque eso implique darle la espalda y recibir la Muerte. Pues solo en la Muerte habré comprendido el Misterio que aquellos ancianos intentaron transmitirme cuando aún era un soñador con anhelos y esperanzas, antes de convertirme en este fantasma que, Vivo y en Vigilia, camina solo y mirando a la Luna, espera volver a Soñar como antes.