El Zigurat

 EL ZIGURAT

POR RICARDO MEYER

 

“Sé paciente y duro, algún día este dolor te será útil”

Ovidio

 

* * *

 

     ¡Por fin! Por fin las veía. Mientras devoraba un bocadillo de frituras, totalmente anonadado… ¡podía contemplar la belleza ofídica de las serpientes en el zoológico! Le había interesado el apareamiento de las serpientes, pero nunca lo había visto. En ese momento, notó que la serpiente, en su sutileza, nunca le dirigía la mirada siquiera, y ahí estaba, durmiendo de una forma que daba la impresión de que estaba completamente muerta, pues la paz que le transmitía era la misma que sentía cuando iba a los cementerios de noche, buscando evadir los problemas de su hogar. “Cuchi, cuchi”, pensaba mientras miraba a la serpiente, pero esta apenas le devolvía el gesto.

     Al llegar a su casa, su padre yacía en el sofá, totalmente dormido y con una botella de Johnnie Walker etiqueta roja a su lado. Se dirigió sin prisa a su habitación, solo para recordar lo bien que lo había pasado en el zoológico con las serpientes.

     Recostado sobre su cama, miraba la luz del techo de su habitación, pensando que quizá él era hijo de una serpiente, pero aún no lo sabía. Ensimismado en sus reflexiones, pensó que quizá debería replantearse la vida, pero en ese momento solo estaba muy cansado y tenía la esperanza de que, al conciliar el sueño, pudiera soñar con serpientes.

      Al encontrarse frente al Zigurat, el viento soplaba con mucha vehemencia y apenas podía ver la luna, pero una mujer a pie de la escalinata, muy hermosa, a decir verdad, le hizo un gesto sugestivo que hizo humedecer sus recovecos y con ello, convertir el viento en una tormenta aún peor, de granizo y rocas, pero eso no lo detuvo. Antes, la hermosa mujer le dijo que cada paso que diera en la escalera era uno de sus pecados, entre más grande el pecado, más grande el paso que daría, pero esto no lo desalentó, pese a ver tan altos cielos.

     La escalada se le hizo eterna; ya casi habían pasado siete días, pero seguía subiendo, mientras la lluvia lo dejaba más y más mojado. Finalmente, en un día indeterminado luego del séptimo, al llegar a la cima, pudo contemplar cómo la luna, ahora llena y de color verdoso, lo miraba fijamente con el ojo de lo que él sabía que era una serpiente. Inmóvil se quedó contemplando aquel espectáculo, cuando los ángeles descarnados de la noche, celosos de su proeza, de que con tan corta edad haya logrado subir la escalera al cielo, quitándole valor a sus pecados, lo arrastraron a la cima del Zigurat, para finalmente hacerlo caer por toda la escalinata de este. Cuando llegó al piso, solo pudo ver a una hermosa gorgona, dispuesta a besarlo por el esfuerzo, pero cuando se dispuso a ceder a la pasión, despertó de un salto en su habitación.

     Viendo el gigantesco pozo que había dejado la gorgona en su cama, pensó en esconder las sábanas para no tener que darle explicaciones a su padre, pero cuando se disponía a salir de su habitación con las sábanas entre sus manos, su padre iba completamente enajenado, caminando entre los pasillos, y al verlo, no dudó en impartirle la lección que creía necesaria.

     "¡Fue la gorgona, papá!" decía, pero su padre seguía y seguía dándole azotes con el cinturón, mientras él retrocedía en un intento vano, terminando acorralado en el rincón de la habitación. Cada azote se volvía más fuerte, pero de pronto, dejó de sentirlos para recibir el beso de la gorgona, aquel beso que le había sido prometido en sueños.

     Impulsado ahora por la pulsión de su amada Medusa, dio un salto y de golpe arrebató el cinturón a su padre, dándole una patada lo suficientemente fuerte para que su obeso cuerpo cayera al suelo. Mientras sujetaba el cinturón con ira y entre lágrimas, pudo ver cómo las serpientes de K’nyan habían venido a apoyarle, descendiendo del entretecho húmedo para posarse a su lado y rodear su cuerpo. Finalmente, se sintió cobarde, cobarde por completo, pero sabía que redimiría los pecados de su padre y lo haría ver la Verdad si hacía lo que tenía que hacer. "Entre más grande el pecado, más cuesta llegar y más dolorosa se vuelve la caída", le dijo.

      Cuando llamó a su psiquiatra para contarle lo sucedido, su padre ya estaba completamente muerto, deteriorado, con la piel totalmente lacerada. Aquel que había sido un hombre, ahora era un saco roto, tan roto como su alma, y con marcas que rememoraban en su mente las mordidas de una serpiente.

     Fue en el psiquiátrico donde conoció a quien le hizo entender que lo que había hecho fue totalmente válido y que lo santificaba por completo. Según las Revelaciones, se podía distinguir la superioridad de las serpientes por las marcas que dejaban, y pese a las marcas que su padre había dejado en él durante más de diez años, él había demostrado una superioridad ofídica al acabar con un ser de prole inferior. Ahora, en la oscuridad del sanatorio, podría sentirse libre, pese al veneno que portaba dentro. Al igual que las serpientes del zoológico, él se había vuelto una cosa horrible y detestada por la sociedad, alienado totalmente. Era culpable de haber hecho lo que cualquier otro habría hecho en su lugar. Ahora yacía en la oscuridad, sin pecado ni necesidad de sentirse redimido, pues en él yacía el atesorado fuego y conocimiento. En las noches más oscuras, encendía la llama negra solo para poder contemplar a las serpientes que lo adoraban y rodeaban por completo, en un sentir intenso, aferrándolo a su cama de ese bendito hospital.