EL TERAPEUTA
POR RICARDO MEYER
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De gafas y bien vestido, mi terapeuta escuchaba mi monólogo, aunque no se inmutaba, pues ya llevaba siendo su paciente por muchos años y estaba acostumbrado a tratar lo mío. Sin embargo, recordé en ese momento que ya no eran esos años, ni los anteriores, que yo había muerto y regresado al Gehena que es la vida.
Al descubrir su fachada, este comenzó a reír y a nombrar, como buen acusador, a los demonios que dejé en el camino. Alastor, Dantalion, Marchosias, todos fueron proferidos en su nombre por aquel Oscuro que lentamente fue adoptando su verdadera forma.
Él sabía lo que había hecho y no escatimó en culparme, huyendo y dejando la puerta de mi alma, junto al pozo de mi vanidad abierto a los verdugos. En ese momento, mi corazón se centró en mi gato, que fue el primero en aparecer por la puerta, solo para recordarme que pese a mi soledad, aún contaba con la inestimable ayuda de la silenciosa Esfinge. En ese momento, desperté y acaricié a mi gato, quien yacía durmiente a los pies de mi cama.