Hain

 HAIN

POR RICARDO MEYER

 

 

"Fueron melancólicos testigos del fin de su pueblo, de cómo su cultura y su lengua se hundían en el olvido”.

 

Anne Chapman.

 

 

* * *

 

     Me encuentro en los confines de Tierra del Fuego, en la era de los hombres, donde los vástagos del Sultán persiguen a los vástagos de Ghisguth. Soy un hijo de Ghisguth. Ante mis ojos, presencio a mi pueblo siendo acosado por los herederos de Crom y Helén, descendientes de incontables generaciones. Madre está frente a mí, junto a mi hermano. Pnakotus se despliega ante mí mientras continúo explorando su vasta biblioteca.

     En las sombras de la ciudad, mi Padre se desangra, entregándome la daga que estaba destinada a ser heredada cuando me convirtiera en hombre. Una reliquia ancestral, la Daga de las Profundidades, sepultada por los Hombres Serpiente en las heladas aguas de Estigia. En mi huida de los cazadores, proyectiles de pólvora resuenan en el aire, hiriéndome y haciendo que mi sangre se mezcle con el frío suelo.

     Entiendo el Misterio.

     En las Ruinas de los howenh, mientras me desangro y lloro, entiendo ahora mi naturaleza selk’nam. Con la Daga de las Profundidades en mis manos, alcanzo el Corazón de las Profundidades y la entierro en la tierra sagrada. Un entendimiento cósmico se despierta en mí, y la esencia de Leng, oscura y corrosiva, se expande por las Ruinas.


     Soy un selk’nam, mi forma se ve envuelta en la materia negra, paralizandome hasta que toca mi pupila. En Pnakotus, consulto los antiguos tomos, descubro la clave para abrir la bóveda cósmica. Escribo el Manuscrito del Misterio de las Profundidades y lo deposito en las bibliotecas interdimensionales, destinado a ser descubierto por aquellos navegantes que, en la era de la caída de la Tierra del Sol Poniente, sucumbirán ante El Caos Reptante.

      Sigo mi vagar en la inmutabilidad del Cosmos, desde las sombras donde el velo del Tiempo y el Espacio no alcanzan. Por siempre y para siempre, porque no hay fin en los Tiempos.