El Duende

 EL DUENDE

POR RICARDO MEYER

 

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     Recién llegado al pueblo de mis padres, bajé del autobús y pude ver como los niños se dirigían alegres a la escuela, como lo hice yo en algún momento. En eso, el pequeño duende negro se detuvo a contemplarme, con su tez oscura y su mirada penetrante podía ver que en sus labios, aunque sellados por completo no impedía que La Verdad resonara en mi cabeza con firmeza: “MIENTES”, decía mientras se mantenía de pie, firme, sujetando su mochila. Decidí evadirlo y seguí mi camino, y el siguió el suyo a la escuela en encuentro de sus amigos. En mi bolsón llevaba Las Revelaciones del Emperador Inmortal, autografiadas por Leopoldo Teja, edición de la Universidad Privada Gustavo Adolfo Bécquer de Madrid. Cuando llegué a la Biblioteca, el anciano curador se acercó riendo, feliz de que le trajera más libros. En ese momento, él me dijo con un tono que advertía todo desde un principio: “Tienes libros, pero yo tengo uno mucho mejor”. Yo ya sabía a lo que se refería, pues había visto los fluidos bermejos en la entrada de la Biblioteca. Le dije que, pese a todo, le regalaba Las Revelaciones si tan solo me permitía copiar una página del libro que él tenía, evadiendo así tener que pagar la cuota de dinero extra por su libro. El anciano accedió y yo procedí a abrir el libro en cuestión y una vez en la susodicha página procedí a recitar el conjuro. El anciano me miró con cara de diablillo, mientras reía y hacía muecas con el rostro, decía que, pese a todo, no podría evadir La Verdad. En ese momento comenzó a materializarse a nuestro alrededor aquel que comenzó, con una lentitud que me conmocionó, a absorber la sangre del anciano, quien mientras se convertía en un saco de piel no paraba de repetir “MENTIROSO, MENTIROSO, MENTIROSO, MENTIROSO”. Del anciano casi ya no quedaba nada más que un saco de huesos rotos y cuero sin curtir, pero no paraba de reír, tomé su libro y lo metí al bolsón, huyendo rápido de La Biblioteca.

     Sentado en una banca, temblando y fumando un cigarrillo, se sentó a mi lado el duende negro, quien venía recién saliendo de clases. Me enseñó entonces que la mentira traía consecuencias y me propuso un trato: Un libro a cambio de una vida longeva con La Verdad. Entre sollozos, ansioso de tal bello enigma que era La Verdad para mí, estaba dispuesto a regalar el libro de mi bolsón, aquel que había costado la vida misma del Bibliotecario. Sin embargo, el duende negro me dijo: “El Libro será tuyo, ese no te pertenece, puesto lo has robado. Cuando llegue el momento tendrás El Libro y cuando ese momento llegue se te volverá a conceder la audiencia”. Dio un brinco para bajar de la banca y siguió su camino. En ese momento supe exactamente qué hacer, dejé el bolsón con el libro del anciano en la banca y procedí a la estación de autobuses más cercana. Tomé un trolebús que me llevara a cualquier parte, donde sea que pudiera rehacer mi vida, y escribir un libro que sea mío y que me permita contemplar La Verdad. Cuando el autobús partió noté que no había pasajeros y al mirar por la ventana pude ver como el duende negro, quien no era más que el niño de mis pesadillas, se despedía con mirada cortes y gentil, sabiendo que cumpliría la promesa en esta realidad heterodoxa y que algún día aceptaría lo que realmente soy: UNA MENTIRA, y esa era la única Verdad.