El mundo ya se acabó

 EL MUNDO YA SE ACABÓ

RICARDO MEYER


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     “El mundo ya se acabó”, se repite a si mismo Eric mientras da vueltas en su patio de forma errática y bizarra, consumiendo no el primero ni tampoco el último cigarrillo de esa noche de forma compulsivamente desquiciada. De alguna forma, el clonazepam es lo único que, visto desde todos los puntos de vista, adormece su mente, puesto que desde que decidió tomar las riendas de su vida y desintoxicarse, siente que puede notar cosas que no notaba con el medicamento. Con la abstinencia viene el insomnio y las noches se le hacen largas, nadie quiere estar con un yonqui y menos en esas circunstancias debido a su temperamento, por lo que las noches en las que mirar la luz de la veladora tratando de conciliar el sueño, es fácil distorsionar esas partículas que van viajando y ver más allá del umbral. El mundo, para Eric, ya se acabó, y al contemplar la Luna, antaño su amante, solo podía contemplar un rostro marchito y deteriorado, como epitafio de las generaciones de hijos no-natos que cayeron ante las mentiras de Samaria. Él era el último y mientras apaga la colilla del cigarrillo en el piso con su zapato, puede ver como los insectos cada vez se vuelven más sonoros, evocando a las criaturas de la noche y del crepúsculo. Eric estaba consciente de que el mundo ya se acabó, pero se resignaba a dormir, era la única forma de rehuir del beso del gemelo, sin embargo, a medida el coro de los grillos de su jardín comienza a invitar a los depredadores sedientos de vid al huerto que aún no maduraba de Eric, le era inevitable no contemplar la Luna que, aunque marchita y deteriorada, era la única compañera que tenía. En ese instante Eric decidió verla por última vez, mientras las fauces se abrían y las bestias salvajes se aproximaban, la contempló y no quitó su mirada de su pálido y lánguido rostro selino y el beso de Tánatos llegó al mismo tiempo que vislumbraba, por última vez, a la compañera que tantas noches le había brindado la luz cuando siquiera podía encontrar su encendedor. En ese instante, para Eric, el mundo ya se acabó.

      La Luna, ni siquiera podía botar lágrimas en ese momento, pues cuando la última llama del Sol fue extinguida por El Caos, volvió a ser lo que siempre fue y a lo que Eric siempre le dedicó tanta devoción: un pedazo de roca apagada y muerta, tanto como este mundo.